Epílogo

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Daina se encuentra sentada en un banco del gran jardín de su nueva casa. Ha sido casi un año de reformas y reconstrucciones. Inicialmente estuvo tentada de tirar abajo la vieja mansión y, reconstruirla de nuevo. Finalmente solo la vació entera, hizo algunos cambios en la distribución, arregló los desperfectos y volvió a amueblarla para hacerla evitable. La antigua vivienda de sus padres ha recuperado su esplendor tras años de abandono. Foren y Alxa han tenido el detalle de celebrar su boda como fiesta de inauguración de la mansión. Un regalo de su hermano pagado con parte de la herencia familiar.

La joven observa los invitados, reflexiva. Junto a ella, una niña de pocos meses duerme en un sencillo carrito.

–No deberías estar tan melancólica en una fecha tan importante –la regaña una voz a su lado.

No puede evitarlo. Sin querer, ver a la feliz pareja caminar entre los invitados cogidos del brazo y, conversando alegremente, le recuerda que ella no podrá vivir algo así. ¿Quién querría casarse con alguien marcado? Ya no es sólo la niña. Si ser madre soltera es ya bastante duro, siente que el crimen que representa la acompañará siempre. La muerte de su tío no repara el honor perdido a ojos de un posible pretendiente. Además, para la mayoría de esa gente siempre será una plebeya que engatusó a una de las familias más poderosas del reino. Lo ve en sus ojos aunque intenten ocultarlo.

–De veras, puedes permitirte sonreír –le recuerda él sentándose a su lado.

–Hola Gabelt. ¿Ya te cansaste de la fiesta?

–Solo vine a ver como estabas. Me preocupas, Daina. Desde que nació Ita, pareces deprimida y agotada.

–Criar a un hijo sola no es fácil. Tu padre y tu tía pueden confirmartelo.

–No tienes por qué hacerlo sola.

–En realidad tengo la ayuda de Hila –le recuerda ella.

–Sabes que no me refiero a eso.

–Sé a qué te refieres. No creo que nadie esté dispuesto a casarse conmigo.

– ¿Por qué crees eso? Eres hermosa, de sangre noble y posees una gran fortuna. A muchos de esos estúpidos les sobra con eso para rondar a una choca.

–Tal vez normalmente eso baste, pero en mi caso arrastro una deshonra conmigo.

–No digas tonterías, Daina. Un hijo es una bendición, no una deshonra.

–Pero a veces siento que Ita sobra en mi futuro. Todos me juzgan en silencio.

–Deja de decir estupideces y, por favor, mírame cuando hables –la regaña él con tono amable.

Ella obedece y se gira a mirarle. Los ojos azules del muchacho la observan preocupados.

–No deberías preocuparte por esas tonterías. Disfruta un poco más del presente.

–Lo intento. Pero cada vez que miro a Ita no puedo evitar pensar en el futuro.

–Entonces te confesaré un secreto que tal vez te ayude –hace una breve pausa antes de susurrarle al oído–. Se de alguien que estaría dispuesto a darte su vida e, independientemente de quien seas, quien fuiste o pudieses llegar a ser.

– ¿Quién? –pregunta ella intrigada y algo más alegre.

–Yo –confiesa resaltando cada sílaba.

El rostro de la chica se ilumina. Una sonrisa acude a sus labios y, sin poder controlarse, se lanza a los brazos de su amigo abrazándole con excesiva fuerza.

–Gracias Gabelt. No podría ser más feliz.

Él la obliga a separarse unos centímetros para poder mirarla a los ojos. Toma las manos de ella entre las suyas y, tras un fuerte suspiro, decide soltar un improvisado discurso.

–La verdad, llevo tiempo pensando en la mejor forma de pedírtelo. Pero a veces los mejores momentos surgen sin más. Me enamoré de ti mucho antes de conocerte. Las aventuras se la misteriosa y valiente chica que Elza había acogido en su casa, me tenían ensimismado. Conocer a la protegida de mi padre era uno de mis más anhelados deseos. A menudo me aislada imaginando cómo sería ella –hace una breve pausa para coger aire–. Cuando por fin te conocí, supe que la chica que yo imaginaba no llegaba ni a ser sombra de la real. Nada me haría más feliz que pasar el resto de mi vida descubriendo los secretos de esa chica, de ti. Por eso, Daina Riela, querría saber si deseas unirte a esa aventura concediéndome el privilegio de ser tu esposo.

Daina permanece inmóvil por un instante. Realmente ha logrado dejarla sin palabras. Él la observa expectante y preocupado, temeroso de que le rechace.

Finalmente ella vuelve a abrazarle susurrando le un dulce "Sí, sin dudarlo. Te quiero" en su oído.

La huerfanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora