Tiempo

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Al despertar ví que me encontraba en una recámara que estaba inundada por los rayos del sol. Sentía mis ojos cansados, demasiado cansados por llorar. Me costó trabajó despertar y moverme, estaba aturdida, los viajes, las emociones. Cuando abrí mis ojos por completo, me di cuenta que aún llevaba el vestido de novia, o al menos parte de él. Quería quitármelo en seguida. Como pude fui quitándolo, ya no tenía cuidado con el, ya nadie podría usarlo, solo traería mala suerte. 

Busqué en las maletas algo de ropa y me cambié, dejé el vestido de novia que con tantas ilusiones había comprado en una de las sillas, quizá después me atrevería a hacer algo con él, por lo mientras le diría a mi hermana que lo quitara de mi vista en cuanto le fuera posible. Tenía vagos recuerdos de la casa, habría sido una boda hermosa ya que el decorado de la casa parecía salido de alguna revista. No tenía ánimos de bajar y afrontarlo todo, no quería ver tampoco los arreglos, o que alguien me preguntara.

Escuché que alguien abría la puerta, me puse un suéter y dejé que quien fuera me viera de pie.

— Alai, al fin despiertas. Estaba muy preocupada por ti. Hemos estado muy preocupados por ti.— Corrigió mi hermana, pues tras ella entró otra mujer. Era muy bella y vestía elegante sin embargo tenía la mirada triste.

—Es cierto, hasta pensamos en traer un doctor, luego comprendimos que necesitabas tiempo, para asimilar todo.

Dijo con una voz dulce y después se acercó a mí.

—Si así es, pero ¿quién es usted?— Pregunté con curiosidad.

—Ella bueno... Alaia ella solo quería saber cómo estabas, y también quiere platicar contigo.
Así que las dejo.

Mi hermana no quería decirme, pero debía ser importante. Yo no sabía decir, además no estaba en mi mejor momento, me había puesto una chamarra y pantalones de pijama, quería algo cómodo por si lo ocupaba, además sabía que no habría problema, pues la familia de Gian también tenía la influencia Europea.

— Alaia. Yo soy Eleonora, la mamá de Gian.— Dijo con un tono gentil y dulce, mientras me extendía la mano. Solo escuchar su nombre de nuevo, hizo que mi corazón se estrujara. Ahora la veía como detenimiento, era una mujer muy bella, pensaba en los rasgos que tal vez compartía con su hijo. ¿Tendría sus ojos? ¿El color de su piel? ¿Qué tanto se parecía a su mamá?

—No quiero molestarte o incomodarte, pero necesito hablar contigo, conocerte. Aunque sé que es un momento un poco... incomodo.— Finalizó ella mientras soltaba mi mano que le había dado para saludarla.

—Gian... Su hijo debe ser muy guapo, pues usted es una mujer hermosa. Seguro se parece a usted.— Dije suspirando y tratando de evitar romper en llanto.

—Si, Gian es extraordinario. ¿Sabes? Antes dudaba que los dos se hubieran enamorado, pero luego de ver la reacción de los dos, me queda claro, que se aman demasiado. Y por eso puedo comprender lo que estas pasando.

—Creo que eso es verdad, usted es la única que puede comprender lo que siento.

—¿Puedo darte un abrazo?

—Por supuesto, además yo soy una extraña aquí.

—Eso no es cierto, tú eres bienvenida a esta casa.

Las dos de alguna forma nos dimos consuelo una a la otra, mediante un abrazo.
Un abrazo que parecía aminorar nuestro dolor compartido, un dolor que nos unía.

Yo solo quería irme de esa casa, así que solo desayuné y por así decirlo salí huyendo de los recuerdos. Y a pesar de lo incómodo de la situación Ercole, Eleonora y su pequeño hermano Erny, me trataron como si fuera de la familia. Ellos querían que me quedara un tiempo ahí pero no podía soportar que todo me recordara a aquel hombre que había sido por un tiempo breve mi prometido. Nadie hablaba de ello, pero ya no tenían ninguna obligación conmigo, no éramos familia.

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