Distintos Senderos

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Aquella noche no pude conciliar el sueño. No entendía lo que estaba pasando.

¿Acaso era una señal del destino? Había venido decidida a dejar todo atrás. Había decidido arriesgarme y encontrar a Gian. Pero en mi camino encontré de nuevo el amor, o al menos estaba naciendo. ¿Debía abrirme a la posibilidad de poder dejar entrar a alguien más?
Un amor que apenas estaba naciendo, sin embargo era tan fuerte como el que sentía por Gian. 

Había algo en su mirada, algo que me empujaba a amarlo, a cuidarlo.
Algo en mí sentía que ya conocía a aquel hombre, que lo conocía de toda la vida.

Así pasaron los días. Él se recuperó sorprendentemente rápido, todas las tardes como parte de su recuperación me pedía que lo acompañara a dar caminatas. También servía para que pudiera caminar con normalidad poco a poco después de las lesiones y no haber despertado.
Eso estrechó a un más nuestra relación, además la gente empezaba a hablar, a suponer, que entre los dos había nacido algo.
Algo en mí se aferraba a mi pasado, se aferraba al recuerdo de Gianluca. Mientras otra parte de mi luchaba por el amor de aquel extraño. Sentía que debía de ocuparme de él. De quedarme a su lado.

De nuevo la confusión y la indecisión se apoderaban de mí.
Mi vida estaba tomando un camino, en el que al final encontraría senderos diferentes.
Y tendría que tomar uno solo.
Uno que me llevaría a casa y tratar de empezar una nueva vida.
Otro que me llevaría a seguir buscando a Gianluca, en medio de la incertidumbre.
Uno más en el que podría quedarme aquí, empezando una nueva vida.
Pero sería una vida basada en una realidad a medias. ¿Podría ser feliz con eso?
Porque ni él, ni yo sabíamos quiénes éramos en realidad.
Y estaba uno más que era el más lejano y el menos probable...
El de regresar y cumplir el trato con Ignazio.

Ignazio, quien se había convertido en un amigo, en mi hermano.
En una persona en la que confiaba, y a quien había llegado a querer.
Sonreí al recordar, cuando pensé que podía enamorarme de él.
Y tal vez hubiera pasado... Pero si nunca hubiera conocido a Gian.
Había confundido la amistad, la hermandad, el agradecimiento y su cariño incondicional, con amor.

Aquel joven, no recuperaba aún la memoria...
Por eso todos lo empezaron a llamar Nadîm, que significaba amigo.

Aunque se hablaba de una posible tregua, la realidad era que la guerra continuaba.
Cada día llegaban más heridos y había muchas bajas.
Y el empezó a ayudar, a hacer pequeñas curaciones a los heridos.

Le había prometido ayudarle a averiguar algo sobre él. Así que fui hacía la base militar.
Pero lo único que me supieron decir es qué lo acababan de transferir, y que nadie lo conocía. Además de que los registros se habían perdido en el bombardeo.

Al saber él esto, de alguna forma se resignaba, y solo se dedicó entonces a recuperarse.

Aquel joven solo tenía vagos recuerdos, sobre su niñez y sobre todo, de la guerra.
Recuerdos que lo atormentaban todas las noches, que en sus sueños acudían a él.

Algunas noches, que a mí me tocaba hacer guardia; pasaba por el cuarto donde dormía y veía como sus sueños lo atormentaban. Sin poder hacer nada.
Entre sueños parecía hablar otro idioma, que no se alcanzaba a reconocer, por lo forma en que lo decía.

Una noche iba pasando, pero esta vez el gritaba más de lo normal. Me acerqué y él se despertó.
Estaba lleno de temor y de incertidumbre. Sus hermosos ojos aceitunados, reflejaban un gran dolor.

—Lyla. Quédate conmigo, no quiero sentirme solo.— Me dijo, mientras tomaba mi mano.

—¿Solo? Tú no estás solo, no mientras yo esté aquí contigo.— Le dije, mientras acariciaba su rostro, y él tomaba mi mano, para acurrucarse en ella.

—Me siento solo en el mundo. No sé quién fui, quien es mi familia. Y no sé cuándo son recuerdos o cuando son sueños, simplemente.
A veces recuerdo la playa y el sonido del mar. Y una mujer, que no sé si es mi madre.
Otras veces veo a un niño que voltea y me reconoce, pero cuando está a punto de decir mi nombre, los recuerdos o pesadillas de la guerra, me agobian. Me siento a la deriva.—

Decía, mientras sus ojos aceitunados, se ponían cristalinos, hasta que unas lágrimas salieron de ellos.

Me acerqué y sin pensarlo, me abandoné en sus brazos.
Solo sentía como su agitado corazón, pronto llegaba a la calma. Luego el siguió, hablando.

—Si lo que veo al cerrar mis ojos, es cierto. Hice cosas terribles. Mis manos tienen sangre Lyla.
Pero otras veces... Apareces tú en mis sueños y es cuando solo hay paz en mí.—

No sabía que decir, pero sus palabras me habían conmovido, mucho.
Luego continúo.

—Quédate conmigo está noche, aunque sé que eso no se te permite. Pero ten por seguro que sí me dejarás. Me quedaría para siempre contigo, a tu lado.—

Me dijo aquel joven, mientras me acercaba a su pecho tibio.


No pude evitar refugiarme en sus brazos. Y me solté a llorar.
Pues de alguna manera, en sus brazos también encontré consuelo y refugio.

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