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YoonGi nunca antes había sido celoso, hasta que empezó a salir con NamJoon. Y lo cierto era que no entendía por qué esos pensamientos habían comenzado a surgir en él.

Con SeulGi nunca le había pasado. Ella era una chica muy guapa, pequeñita, delicada y muy dulce, era usual que tuviera moscardones a su alrededor. Pero YoonGi no había dudado nunca de ella, y si algún tío osaba acercarse a su chica en su presencia, YoonGi había estado más que dispuesto en darle una paliza.

NamJoon, sin embargo, era más alto y tanto o más fuerte que YoonGi. NamJoon no necesitaba que nadie le defendiera y YoonGi no quería hacerlo, porque al fin y al cabo los dos eran hombres y los dos tenían su orgullo de macho.

Sin embargo, cuando iban a fiestas y veía cómo las chicas desplegaban sus encantos frente a ellos para seducir a NamJoon, YoonGi sentía una oleada de celos corroerle de pies a cabeza en un santiamén.

Los celos eran tan poderosos que YoonGi tenía que obligarse a alejarse para poder contenerse y no hacer una tontería.

NamJoon era cordial y sociable por naturaleza, no podía evitar entablar conversación con aquellos que se acercaban a él, pero era demasiado torpe como para darse cuenta de que esas zorras estaban tratando de encandilarlo.

YoonGi si se daba cuenta y le daban ganas de agarrarlas de sus largas cabelleras y alejarlas lejos del bobo de su novio.

NamJoon no tenía la culpa. Era culpa de YoonGi. No era que no confiase en NamJoon, era que no confiaba en sí mismo.

Con SeulGi, YoonGi sólo había competido con otros hombres, y aunque era bajito compacto, tenía cara de niño, y su piel era blanca como el azúcar, YoonGi tenía un mal carácter de mil demonios y sabía perfectamente que si se lo proponía, podía vencer a cualquier imbécil que intentara quitarle lo suyo.

Con NamJoon, sus rivales eran mujeres y YoonGi se sentía perdido en ese campo. YoonGi no era una mujer, nunca lo sería y nunca querría serlo. Pero quería a NamJoon, lo quería tanto y tan fuerte que el sentimiento de posesión lo asustaba un poco, y lo hacía convertirse en una bestia que quería devorar a todo aquel que se acercara más de la cuenta.

Lo malo era que la bestia, cruel y feroz, no podía competir con la delicadeza de un cisne.

Si NamJoon cambiaba de opinión y se daba cuenta de que las mujeres eran mejores que YoonGi, YoonGi no tendría ni una sola oportunidad de luchar para recuperarlo.

NamJoon no tenía ni idea de lo agobiado y preocupado que se sentía YoonGi cada vez que estaba cerca de una mujer, porque él sólo tenía ojos para YoonGi y sólo veía a las chicas como amigas, ni si quiera se interesaba ya en sus cuerpos, pese a que aún no hubiera tenido acceso al de su novio. Pero eso no le angustiaba, pues tenían tiempo de sobra para eso.

Pero YoonGi no podía ocultar sus celos para siempre, aunque lo intentara, porque si seguía aguantando, acabaría por reventar y salpicar a todos.

El momento llegó un día que a YoonGi se le ocurrió ir a buscar a NamJoon a la salida de la universidad para darle una sorpresa.

Apoyado en el muro exterior que rodeaba el recinto, YoonGi esperaba escuchando música a que el pelo rubio de NamJoon apareciera. Yonsei era una universidad de élite y la mayoría de los chavales que veía pasar eran niños y niñas de papá y mamá, con peinados recatados y ropas pijas. NamJoon debía destacar como una estrella, con su pelo rubio y su ropa de chico malo.

YoonGi también llamaba la atención allí parado, con su cabello turquesa, su expresión hosca, su postura desafiante y su chaqueta de cuero. Los muchachos que pasaban por delante no podían evitar fijarse en él, entre asustados y admirados por la fortaleza y seguridad que desprendía.

Nadie se daba cuenta de lo ansioso que estaba YoonGi por ver aparecer a NamJoon, pero si se dieron cuenta cuando al fin lo distinguió en la lejanía. YoonGi no estaba feliz y todos aquellos que estaban cerca, notaron como su presencia aumentaba y los golpeaba como una onda expansiva, haciendo que más de uno se alejara, temiéndole.

Lo que tanto le enfadó no fue el mismo NamJoon, si no su compañía. Tenía una muchacha a cada lado, caminaba hablando con ellas, y una le rodeaba el brazo con demasiada cercanía, sus senos rozando a cada paso el antebrazo de su novio sin que él hiciera nada por remediarlo.

YoonGi dejó su cómoda posición contra la pared y comenzó a caminar para darle alcance a NamJoon, muy lentamente, como si acechase a una presa. YoonGi notaba que a duras penas podía contener a la bestia.

Cuando NamJoon se percató de su presencia, casi lo tenía encima. Se sorprendió de verlo ahí, pero se sorprendió más cuando lo agarró del cuello de la camiseta y le dio un fuerte tirón para obligarlo a inclinarse y estrellar sus bocas con violencia.

YoonGi escuchó los gritos ahogados de las dos chicas y la bestia se revolvió en su interior con satisfacción, sobre todo cuando, en lugar de apartarlo, NamJoon lo abrazó por la cintura y lo levantó un poco del suelo, correspondiendo a su beso con ansia. Porque NamJoon también era posesivo y le encantaba demostrarle a todo el mundo que YoonGi era suyo y él era de YoonGi.

Cuando NamJoon lo bajó y dejaron de besarse, YoonGi sonrió, altivo, pese a que medio campus se encontraba ahora mirando en su dirección con los ojos desorbitados.

YoonGi se sentía muy pagado de sí mismo por haber marcado su territorio de manera tan eficaz sin haberlo pretendido si quiera. NamJoon no estaba ni un poco molesto, más bien sonreía embelesado.

— Ah, chicas... — comentó NamJoon, acordándose de repente de sus dos compañeras de clase — os presento a mi novio...

Don't you (forget about me) | NamGi |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora