Libro

739 85 24
                                    



Esa noche no la pasó nada mal. La cama era lo suficientemente buena como para asegurar una noche de sueño relajante. Jack agradeció eso. Sin embargo, todo lo bueno termina, puesto que a mediados de la mañana, tocaron la puerta de su habitación, haciéndolo despertar. Gruñó. Fugazmente recordó las palabras del jefe de la familia. No sería mal momento para escaparse o algo...

-¿Joven Overland?- escuchó. Eso solo lo molestó al punto de querer desaparecer. ¿Por qué debían llamarlo con aquel apellido que tanto detestaba? – El señor Haddock lo espera en el comedor.- anunció la sirvienta. Esa chica de seguro no era Heather. Jack bufó, se incorporó, y echó una maldición. Que molestia.

Al cabo de unos minutos, se encontraba bajando las aparatosas escaleras. Claro, no escalón por escalón , sino que deslizándose como un niño por el pasamano. Su abuelo nunca le dejaba hacer eso en casa, así que...¿Por qué no aprovechar el rato libre? Cuando llegó a destino, la enorme y alargada mesa estaba preparada única mente en una de las esquinas, donde yacía Hiccup leyendo un periódico, con una taza de café al frente y algunas tostadas. A su lado, una silla vacía parecía haber sido especialmente preparada para él. No se tardó mucho en ir a tomar asiento, haciendo salir de sus pensamientos al castaño.

-Hey, hola. Buenos días.- le dijo Haddock. Jack solo asintió con la cabeza, algo animado. Solo le emocionaba la gran taza de chocolate que tenía prácticamente su nombre encima. - ¿Dormiste bien?

Jack enarcó una ceja. De nuevo asintió. ¿Es que no iba a dejar de hablarle? No podía comer y responderle a la misma vez. Como si no fuera lo suficientemente difícil comer con un traje puesto. Como odiaba los trajes. Hiccup sonrió, calmado. Jack tomó un sorbo, feliz del sabor que inundaba su boca. Era de lo mejor. Sonrió. Hiccup igualmente alzó su taza. Hubo un momento de silencio cómodo entre ambos, en el cual ambos solo disfrutaron del momento de tranquilidad. Afuera el sol comenzaba a brillar con toda la fuerza que tenía, invitando a los pájaros a bailar divertidos entre los árboles. Jack sonrió satisfecho cuando terminó la pequeña rebanada de pastel a su lado. Era de lo mejor. Ya le diría a Aster que tenía competencia en cuanto a la cocina, y es que nunca había conocido mejor cocina que la él...

-¿Te gustó?- escuchó.

-Sí, no estuvo tan mal...- se encogió de hombros, divertido.

-Genial, lo hizo mi madre. Siempre se empeña en cocinarme los desayunos, y en cuanto le dije que tenía a un invitado, se alegró tanto que al parecer, puso todo su empeño. Le diré de tu parte que lo disfrutaste. – el castaño se peinó un poco los cabellos rebeldes que le caían cerca del rostro, y suspiró. – Por cierto.- Mencionó. Jack comenzó a prestar atención.- Aprecio mucho la hora del desayuno y la cena. Lamentablemente no puedo almorzar contigo. Pero me esforzaré por no faltar al resto de las comidas. Así que... ¿Podrías hacer el mismo esfuerzo? – Jack se lo pensó. Era algo extraño. Él se había acostumbrado por completo a comer en soledad, puesto que todo su alrededor siempre tenía algún asunto que resolver, y nunca tenían tiempo... Se lo pensó. Tal vez sería algo incómodo, pero no sonaba tan mal.

-Hecho.- comentó el albino. Hiccup le dedicó una sonrisa.

-Me alegro. Saldré a hacer algunos encargos. Tienes el resto de la mañana libre.- y dicho esto, Hiccup se levantó, caminando de aquel modo particular hasta la entrada. Ni bien el castaño desapareció, unas sirvientas que no recordaba haber visto antes aparecieron para llevarse todo y ordenar. Jack se levantó, animado, y decidió que sería una buena idea ir a descubrir el resto de la mansión. Quién sabe, tal vez se encontrara con un dragón real... Sí, claro.

Al primer sitio al que llegó, fue a la biblioteca, por pura suerte. A esas alturas, la camisa que tenía puesta bajo el traje azulado tenía los primeros botones desabrochados. ¿Qué? Él no tenía la culpa de que todos los altos mandos de la mafia tuvieran que usar un aburrido traje. Con lo que los odiaba. Pero bueno, al menos ya no se quejaba tanto. Lo habían obligado tantas veces a ponerse uno, que ya difícilmente se sentía ahogado metido en esas elegantes ropas. Dicen que lo que no te mata te hace elegante. O algo así. Sin pensárselo mucho, entró en ella. Como se lo imaginaba, era tan extravagante como el resto de la mansión. Para comenzar, ¿cuántos metros tendrían las estanterías? Iban desde el suelo hasta casi chocar con el techo, todas y cada una de ellas llenas de libros gruesos y de diferentes colores. Entró despreocupado. En el centro, se podía apreciar un gran y hermoso sillón de apariencia cómoda. A su lado, una mesa de una pulida madera oscura, con libros encima. Curioso, se aceró a husmear un poco. Se sentó, y tomó lo primero que pudo.

MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora