Vendajes

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Pasaron dos días desde que North abandonó la casa. Recordaba haber vivido situaciones aburridas en su vida, pero pocas como esos dos interminables días. Como había predicho, sus músculos no solo se negaron a cooperar con sus ordenes, sino que se resintieron bastante. Le era difícil siquiera levantarse de la cama sin sentir que su abdomen se apretaba dolorosamente. Pero esa mañana ya no pudo aguantarlo más. Llevaba comiendo un tanto menos de lo acostumbrado: Valka al parecer, había interpretado que estaba muy enfermo, por lo cual lo llenaba de verduras, pollo y toda fuente de vitaminas que se le cruzara por la cocina. No se quejaba, era realmente delicioso. Sin embargo comenzaba a hartarse sobre el hecho de tener que comer como un enfermo. Por eso, dejando de lado todas las posibles situaciones que pudiera llegar a padecer, salió de la cama.

Recorrió el habitual camino hasta la cocina, y se encontró con la mujer, probando de su propia comida con una suave sonrisa.

-Hey.- la saludó. En seguida la mujer, algo sorprendida, le devolvió el saludo con un leve asentimiento.

-Un gusto volverte a ver.- comentó ésta sin voltear a verlo.

-Igualmente.- simplificó el muchacho.- ¿Me veo mal?- la mujer lo examinó de pies a cabeza, dignándose en verlo con tranquilidad, centrándose especialmente en sus ojos. Jack, solo por unos instantes, odió haber preguntado tal cosa.

-Un tanto.- dictaminó finalmente.- ¿Por qué lo preguntas?

-Quisiera pedirte algo de comida, ya sabes. Que no sea lo que he venido comiendo.- la mujer pareció pensarlo. Miró al chico, que ponía una expresión suplicante, y terminó accediendo.- ¿Cómo ha estado Hiccup?

-Mejor. Aunque aun no puede hacer gran cosa además de curarse.- siguió la mujer, revolviendo una de las tantas ollas que hervía en la cocina.- Le preocupa no estar preparado para el baile.

-Oh, sí. El baile.- asintió Jack.- He visto algunas mucamas ir y venir con provisiones. Supongo que se están preparando.

-Así es. Se hará dentro de poco.- aclaró, buscando entre los utensilios lo necesario para preparar y ordenar la comida de su hijo. – Jack.- lo llamó. El albino en seguida asintió a su nombre.- ¿Te importaría llevar esta bandeja hasta la habitación de Hiccup?- el albino se vio sorprendido por el pedido. Asintió, tomando la bandeja entre manos, para darse media vuelta. Fue ahí que se dio cuenta: no conocía la habitación de Hiccup.

-Sube las escaleras hasta el tercer piso. Luego a tu derecha, por el pasillo con ventanales. Su puerta es de madera, tallada con sus iniciales.- escuchó. Agradeció la información, y partió hacía la habitación

Decir que se esforzó subiendo las escaleras sería decir poco. El recorrido era especialmente largo desde la cocina hasta la bendita habitación. Pero no se desanimó. A cada escalón y leve dolor muscular, se consolaba pensando en que era alguna clase de castigo para enmendar el disparo que el castaño había recibido. Al fin, luego de algunos minutos llegó a la tercera planta. Giró a su derecha, encantado por el paisaje: comenzaba a ser de noche. Que no lo juzgaran por abandonar la cama tan tarde. No había tenido la mínima intención de siquiera existir. Pero ahí estaba. Ciertamente, había actos cotidianos que merecían una medalla. El hecho es que el sol comenzaba a ocultarse, y el pasillo ya comenzaba a perder su iluminación. Supuso que en una media hora, las mucamas encenderían el sistema de luces. Caminó, hasta toparse con la puerta. Para su sorpresa, esta estaba media abierta.

No fue su intención. Ni siquiera lo pensó cuando acercó su vista. Solo se encontró allí, boquiabierto ante lo que se alzaba a sus ojos: era Hiccup. Bueno, más bien su espalda, toda dañada, con tonos desde el violeta al verde, rasguños y demás. Sintió una sensación extraña recorrerle toda la espina. Sin embargo tal situación quedó empañada cuando lo notó: allí en su pierna izquierda... No había lo que se suponía, debía haber. La imagen le pareció tan impresionante, que no pudo arreglar sus pensamientos coherentemente sino hasta después de quedarse prendado a la imagen: Una prótesis, finamente hecha, sustituyendo lo que alguna vez debió ser una pierna normal. Algo en su cabeza le hizo recordar lo primero que le llamó la atención del castaño: su elegante caminar. Y si bien no podía negar de que lo era, ahora entendía porque el solo verlo dar unos pasos le producía esa sensación. Todo cuadraba. O algo así. En su cabeza, no podía entender como era que con tal... condición, fuera tan ágil moviéndose y peleando. Él no sabía nada de prótesis, ni mucho menos. Pero podría apostar lo que fuese a que la que traía el castaño, no era una normal. No podía serlo. Quiso entender más de la situación, sin embargo...

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