Sueños

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 -¿No hay noticias?- preguntó Tiana desde un sillón. Su cuerpo estaba exhausto y unas prominentes ojeras aparecían debajo de sus ojos. Aster se cruzó de brazos y asintió. Él igualmente estaba cansado, pero su preocupación por Jack era mayor que el sueño. Norte solo se encontraba a unos metros, sentado en una silla y en silencio, mientras Anna y Elsa se turnaban para llevar café a todos los presentes. Fergus y su esposa discutían por teléfono a un tono bastante alto, mientras Valka escribía notas, atendía llamadas y revisaba las cámaras. Los padres de Rapunzel descansaban sus cansados cuerpos en otro sillón más amplio, claramente fatigados luego de tantas horas de estrés.

Los menores, es decir, Patapez, Patán, Astrid, Eret, Brutacio, Brutilda y sus respectivas mascotas permanecían atentos a órdenes. Luego de haber intentado rastrear el olor de Hiccup por todo el vecindario para encontrar un camino que los llevara hacia él, nada funcionó. Ni siquiera había registros del auto y la patente de este que habían sustraído del garaje. Las horas pasaban, y no había nada. La búsqueda que ellos mismo habían realizado no los había llevado a ningún lugar. Y penosamente, comenzaban a considerar el hecho de tener que viajar a otra ciudad para seguir con la búsqueda. Sí, al epicentro de lo que parecía ser la desgracia: San Fransokyo. Obviamente no todos estaban de acuerdo con tal búsqueda. Pero no quedaba de otra para encontrarlos. El sol ya comenzaba a colarse dentro de la gran sala, haciendo a Aster gruñir frustrado.

-Esto no debió pasar.- comentó agachando la mirada y encorvándose sobre sus rodillas.- Norte, di algo. – El aludido tomó su taza de café con lentitud. Como si su cuerpo ya ni siquiera pudiese colaborar con esa tarea. La tristeza era palpable en su mirada.

-Lo siento.

-Con eso no basta.

-Yo...

-¿Sabías que algo así sucedería?

-Todos lo sabíamos.- comentó como si fuera lo más obvio del mundo Bocón, sentado al otro lado de la gran mesa de madera lustrada en la cual descansaban los papeles, teléfonos y computadoras, además de tazas de té y café. Todo le miraron con molestia.

-No, claro que no.- siguió Elinor.- Nadie podría haber prevenido esto.

-Oh, claro que sí.- siguió Bocón. – Si tan solo no le hubiésemos ocultado la verdad a los niños.- dijo apuntando a los presentes.

-¿Qué verdad? – se animó a hablar Astrid. Esa fue la gota que colmó el vaso.

-Ninguna- calló el tema Valka, con un tono tan serio que hizo desistir a los menores de seguir preguntando.- Vayan a descansar. Partiremos a San Fransokyo muy pronto.

El grupo de adolescentes, a regañadientes, asintió a las órdenes y se marchó del lugar, llevándose consigo a las hermanas Arendelle. Al fin cuando ellos se habían ido, Bocón le dio un gran sorbo a su taza de café negro y peinó su barba.

-Sé que a nadie le gusta la idea. Pero hay que admitir consecuencias.

-¿Cómo pretendes que aceptemos algo así? – habló Fergus, frustrado por el tema.- ¡No podríamos haberlo sabido!

-Mérida soñaba con un feroz oso de pequeña, no? Además de ser evidentemente buena con el arco, la espada y en batalla, al igual que...

-¡Son solo cosas de edad! Mérida es toda una señorita, solo está algo rebelde.- la defendió su madre. Aunque la mueca de inseguridad que tenía en el rostro no le dejaba creer sus palabras a nadie.

-Oh, bueno. Si ustedes lo dicen. Si Sandman estuviese aquí, me ayudaría.

-¡Solo cállate! ¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué lo aceptemos? ¡Bien! ¡Ellos son los cuatro grandes! ¡Una desgracia sucederá! ¿Contento?- gritó molesto Aster. Tiana pudo notar como sus manos temblaban ligeramente al expresarse.

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