-¡No nos están siguiendo!- gritó Mérida. Jim paró la motocicleta de repente, y miró por sobre su hombro. Detrás de ellos solo había oscuridad y uno que otro gato callejero paseándose por los rincones de aquel sitio.
-¡Estaban detrás de nosotros hasta hace un momento!- se indignó Jim. Miró el mapa. A pesar de que éste no mostraba más que casas, callejones y calles entrecruzadas por doquier, sentía que estaban cerca de encontrar a John. – No puede ser.- habló exasperado, proponiéndose a dar media vuelta.- Toma el teléfono. Llámalos y pregúntales qué rayos están haciendo– Mérida asintió, sacando su propio móvil del bolsillo de su ropa. Cuando estaba por marcar, un dolor intenso y agudo cual puñalada le hizo gritar del dolor y soltar el aparato. Jim paró la marcha y se alarmó.
-¿¡Mérida!?- la llamó. Pero solo consiguió escuchar un sollozo. Antes de que siquiera pudiera hacer otra cosa, la pelirroja desfalleció, cayendo al suelo estrepitosamente. James ahogó un grito, bajando de la moto de un solo salto, para luego arrodillarse y tomar por los hombros a su amiga. -¡Mérida, Mérida, resiste! ¿¡Qué te sucede!?- le quitó el casco lo más rápido que pudo, puesto que veía como la chica comenzaba a hiperventilar. Al quitarlo, notó como sus ojos se volvían rojos de la irritación, siendo colmados de lágrimas gruesas y abundantes.
-¡Rapunzel, le están haciendo algo a Rapunzel! ¡Algo está mal, muy mal! ¡Uno de nosotros es...! ¡Ah!- gritó como pudo, acelerada y a punto de desfallecer. Su cuerpo hormigueaba entero, consumido por el dolor intenso de agujas clavándose en su piel. Jim miró hacia todos lados, buscando ayuda. Pero las casas parecían vacías, muertas y fantasmales. Cuando iba a marcar por ayuda, solicitando la presencia de Amelia, una llamada entrante de Hiccup llegó.
-¡Hiccup, maldición! ¿¡Dónde ra...!?- pero detrás de la línea, la voz de un chico desesperado hablaba sin parar sobre un accidente, desmayos, tiros y cuantas cosas más que no llegaba a entender, puesto que el niño hablaba demasiado rápido.- Voy para allá.
Mérida por su lado aun imponente y sumida en una tristeza enorme, comenzó a temblar. A pesar de que no hacía frío y en realidad estaba muy bien vestida, su cuerpo se vio forjado a pasar de la calidez a la más cruel temperatura. Algo no estaba bien. Algo obviamente estaba mal. Pero su mente no podía enfocarse en "aquello" que estaba mal. Solo pensaba en Rapunzel. Solo quería salir corriendo a buscarla, estrecharla entre sus brazos y protegerla. Porque sabía que la estaba llamando. Podía escucharla en el fondo de su mente, susurrando su nombre en busca de protección. Y ella no estaba allí para ella. No solo era inútil, sino que débil. Sus ojos comenzaron a arder más. Justo cuando pensó que perdería el conocimiento, unas vocecitas se escucharon no muy a lo lejos. Todo pareció pararse en ese momento. Como pudo, trató de divisarlas y calmar su respiración. Su vista era tremendamente borrosa, y sus brazos flaqueaban ante el intento de arrastrarse hacia el sonido.
-¿A dónde vas? ¡Debemos irnos!- la tomó Jim. Pero Mérida se revolvió terca, puesto que necesitaba y con urgencia seguir esas flamas.
-¡No, debo...ir...!- replicó ella con lo poco de aliento que tenía. Jim maldijo a su suerte, tomándose la frente con enojo.
-Vas a odiarme por esto.- y sin decir más, él la tomó como un costal de papas, junto con el teléfono y el casco tirados en el suelo. Ella volvió a revolverse, pero las fuerzas le habían sido quitadas. De nuevo el sentimiento de que algo andaba terriblemente mal la absorbió por completo. Como pudo, Jim sentó a Mérida en primer lugar, poniéndole el casco y subiéndose detrás de ella. Aunque era incómodo y peligroso, no había otra manera más segura de evitar que, en algun caso extremo, ella se desmayara y callera al suelo. Así arrancaron, a pesar de los gritos y maldiciones de la pelirroja.
Mérida solo alcanzó a ver a lo lejos una espesa neblina y aquellas extrañas lenguas de fuego azul formando un claro camino. Volvería y las seguiría, sin duda.
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Mafia
Hayran Kurgu"Cuentan las lenguas que no hay mal que pueda ganar, cuando cuatro corazones honestos luchan a la par. Se dice que estos son capaces de conceder milagros, gracias a la bendición de la Luna, madre de los mares y joya del cielo nocturno... Y el Sol, p...