Bar

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Le había tomado poco más de unos segundos tomar lo necesario e irse. No había sido muy difícil escabullirse, ahora que sabía moverse por la mansión y evadir las miradas. Así que allí se encontraba, caminando con las manos en los bolsillos, sintiendo su arma pegada al cuerpo, su celular (apagado, obviamente) inerte en uno de sus bolsillos y su billetera.

Muchos podrían decirle que era un total inmaduro por reaccionar de esa manera. Incluso él se tomaba por tal en ocasiones. Sin embargo en el momento en el que sintió su cuerpo tensarse y el odio hervir en sus venas, el frío creció en él, así como el pánico, advirtiéndole que debía marcharse y calmar un poco su agitado pecho. Hiccup y su familia no eran el enemigo. Solo eran lo que todos los de su entorno. Solo eran... Lo que él mismo. Mafiosos. Se mordió el labio, escondiéndose más en su capucha azul. De cierto modo, toda la situación le traía algo de nostalgia. No había pasado mucho tiempo desde la última vez que se había escapado de un lugar. No sabría dar una fecha en concreto, pero podía apostar a que unos buenos meses habían transcurrido. ¿Por qué sentía que el tiempo había pasado volando en aquella mansión? Pronto la conocida sensación de decepción fluyó por su cuerpo. No sabría decir hacía quién surgían toda esa clase de sentimientos y emociones: Decepción, vacío, culpa... tanto en tan poco tiempo. Podía, fácilmente, comparar la situación con chocarse de lleno con un gran muro.

Como fuera, prefería no pensar en ello. Solo le quedaban unas horas antes de que lo encontraran, como había ocurrido en anteriores ocasiones. Horas, simples minutos acumulados en los que la libertad lo acogían. ¿De qué estaba hablando? ¡De la luna, la noche, su capucha, sus jeans y convers ! El aire fresco borrando sus cadenas, su apellido, su aburrida existencia detrás de muros que lo encerraban. ¿Por qué llorar? Aun y cuando la sombra del arrepentimiento caía en sus hombros, en ese momento, podía volver a ser él. Jack. Jack Frost. Una sonrisa algo forzada surcó sus labios. Aun y cuando esa libertad conllevara una difícil soledad, estaba bien. Desde el momento en que el rojo tiñó sus ropas, lo supo. Así que resignadamente, borró sus pesares: no iba a ser lo que todos desearan de él. No sería un mafioso, no lideraría ninguna familia. No volvería a caer en dudas. Hiccup lo había confundido con tanta confianza. Las circunstancias torcieron su resolución. Pero ahí estaba de nuevo, libre de responsabilidades. Sin darse cuenta, estaba corriendo. El viento golpeaba su rostro, y el frío corriendo por las calles le hizo pensar por un segundo que éste era parte de sí, y que alegre le invitaba a divertirse.

Cuando llegó a las principales calles, miles de jóvenes salían a bailar en medio de la noche, atraídos por la música y la diversión. Su corazón latió alegre al notar que nadie se le quedaba viendo. Y no, no esperaba que lo reconocieran como el heredero a una mafia. Es solo que la Luna, los dioses o el destino ( daba igual) le habían jugado una mala pasada. Una en exceso mala. Con su cabello actualmente blanco, llamaba demasiado la atención. En el pasado pensó que lo mejor sería teñirlo para volver a tener el aspecto que alguna vez lo acompañó en sus dulces días de "chico normal con familia normal y vida aún más normal", pero no. Lo dejó a como un recordatorio. Una amarga cicatriz. Además, para ser sinceros y quitarle algo de peso al tema, le gustaba que todos consideraran el albinismo parte de la familia Overland.

-¿Tomas algo?- fue lo que le dijo un chico, cuando despreocupadamente entró en un bar para intentar ganar tiempo. No pudo evitar verlo con detalle. Sí había alguna imagen debajo de la definición "genial" en el diccionario, de seguro era una foto de este tipo. De cabello castaño, rapado a los costados y una cola bajando por su nuca, vestido con una chaqueta negra y pantalones algo anchos con botas. Su mirada se le antojó algo extraña, pero de ninguna manera desagradable.

-Refresco. Y una pizza. Por cierto, lindos piercings.- mencionó. No era partidario del alcohol. Tampoco de los piercings, pero había que estar ciego para no ver que al tipo le quedaban de lo mejor. Como respuesta, el chico le sonrió ladino, asintiendo a su orden, dejando al albino vagando por el lugar. Dentro, se encontraban variadas personas. Desde muchachos en conjunto, hablando de quién sabe qué , hasta grupos de amigas y parejas que parecían no poder despegarse de las charlas animadas y las risas. Todo tan casual. Todo tan... Normal. Suspiró relajándose, mientras tomaba asiento, algo alejado de las ventanas por las dudas. Se dedicó a ver algunas chicas coquetas que, con simpatía, lo saludaban de vez en cuando. Si la gente supiera cuanto podían mejorar el día ( o mejor dicho, noche) de muchos con solo una bella sonrisa, Jack estaba seguro de que habría más personas alegres y menos estirados.

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