La lista, básicamente eso nos unía. Sabía que una vez que los veinte ítems de mi lista se cumplieran yo debía volver a casa y trabajar en la empresa de mi padre, tal y como había prometido. Ese era el desagrado en toda esta experiencia, aunque más adelante los vientos jugarían a mi favor, no tenía motivación alguna para acabar con el viaje. Me costaba, y acepto que también me rehusaba a crecer. Una vez que mis sueños se hayan cumplido mi vida se centraría en ser completamente madura y seria, gracias a los deseos de mi padre; me convertiría en la adulta que siempre temí ser. ¿Por qué querría eso? Mis miedos más profundos acerca del futuro eran impulsados por mi propia familia en el principio de la historia.
No lo conocía, y por los primeros dos días no tenía intenciones en conocerlo. Él se había ofrecido a cumplir mis sueños sin que nadie se lo pidiera, él era de aquellas personas que toman todas las oportunidades que se le presentan; él era esa persona que necesitaba en mi vida desde hacía ya bastante tiempo. Inmediatamente se convirtió en una especie de genio que habría un portal hacia un mundo mejor, el genio que cumpliría todos mis deseos. Ese extraño de ojos verdes que simplemente quiso ayudarme a ser feliz.
Sabía exactamente cómo animarme, sabía muchas cosas. Durante aquel tiempo me había aconsejado como un padre, me había hecho reír como el mejor de los amigos, pero sobre todas las cosas había despertado un sentimiento nuevo en mí; indudablemente, me había enamorado. Caer por él había resultado una movida tonta al principio, ¿Enamorarme aun sabiendo que en algún momento me iría para no volver? Mis esperanzas se mantenían altas, sabía que las posibilidades en este universo eran infinitas y que si realmente estábamos hechos el uno para el otro nos volveríamos a encontrar. Vivíamos en países que están separados por miles y miles de kilómetros, los horarios eran algo que simplemente no funcionaría para nosotros y como si no fuera suficiente, hablábamos idiomas completamente diferentes. Todo funcionó gracias a que el inglés era un idioma que corría por mi sangre, teniendo en cuenta que mi familia originalmente provenía de Estados Unidos hasta que mis abuelos decidieron cometer una rebeldía extrema.
A veces resultaba gracioso que yo no recordaba una palabra tonta y que él se rehusara a decirla sólo para verme reír avergonzada, pero aún más gracioso era que él intentara hablar en español y que su acento no le permitiera pronunciar las "r" correctamente. En todo momento reíamos, ya que no dejábamos que aquellas barreras separaran nuestras relaciones. Pero realmente hablando, ¡Esa risa! Todo ser humano debería tener el placer de ver en su vida — al menos una vez — una risa como esa. Volvería loco a cualquiera, y yo nunca fui la excepción.
Esta es la historia de cómo abandonaba mi adolescencia con ayuda de un británico que había conocido en un aeropuerto.
Finn Harries, así dijo que se llamaba.