Había pasado un año, y para ese entonces la lista había pasado por diferentes lugares de mi casa por miedo de que alguien la descubriera. En un principio reposaba en uno de los tres cajones de mi mesita de luz pintada de blanco, pero luego de ver a mi madre buscar una de sus agendas allí decidí que ya no era un lugar seguro. Y así fue como en tan sólo un mes la lista se había mudado unas cinco veces, hasta que descubrí que un buen lugar sería el interior de las puertas de mi ropero, ya que tenía millonadas de dibujitos colgados y podría pasar desapercibida allí.
Era agosto, lo recuerdo porque aún hacía frío y el calefactor de mi cuarto había dejado de funcionar unos días atrás. Dormía con dos frazadas y un sweater para combatir las bajas temperaturas. Ya no era una sorpresa para nadie, y lo cierto es que duele decir que estábamos aliviados una vez que encontramos un diagnóstico fijo para la enfermedad que amenazaba el cuerpo de Kristal desde hacía ya tres meses. Tenía la cabeza recostada hacia un costado, mirando el reloj digital en mi mesita de luz; marcaba las siete treinta y cinco de la mañana, y el teléfono sonó por segunda vez. Oí los pasos de mi padre somnoliento caminando por el largo pasillo hasta llegar a su teléfono, que había olvidado en la oficina junto a mi cuarto, como siempre lo hacía. Murmullos y varias preguntas, pero ninguna palabra clara. No era nada especial que alguien llamara tan temprano en un sábado, varias veces papá tenía una emergencia en la empresa que liquidaba con sus días libres de fin de semana. Aquella noche no había pegado un ojo, no sabía por qué. Pero algo me decía que no debía dormir, que estuviera alerta a cualquier cosa; supongo que mi instinto tenía razón, algo andaba terriblemente mal. Siete cuarenta y cuatro y mi madre se adentró en mi cuarto, estaba segura de que me podía ver despierta y aun así decidió caminar con tranquilidad y a pasos livianos; tomó asiento a un costado de mi cama, suspirando pesadamente.
— Emma, algo anda mal — Me había dicho con lágrimas en los ojos, me senté de inmediato y parpadeé varias veces hasta obtener una visión más clara — Es Kristal, tuvo otra recaída ayer por la tarde y pasó toda la noche en el hospital, le hicieron un par de estudios y parece ser algo muy grave pero aún no tienen nada concreto — No necesité decirle nada, la abracé fuerte y lloré en su hombro.
Para las ocho y media ya estábamos ingresando en el hospital, recuerdo que los padres de mi mejor amiga estaban casi dormidos en unas sillas de plástico pegadas a la pared. Mi padre llamó la atención de quienes también eran mis padrinos y el llanto comenzó de nuevo. Nicolás, el padre de Kristal, tenía aquello círculos oscuros debajo de los ojos que le daba un aspecto aún más triste que el que había adoptado unos meses atrás. Marisa, la madre de Kris, tenía los ojos hinchados y las mejillas rojas, podías ver que todo esto era demasiado para ella, podías ver su mundo entero partirse a la mitad y caer sin piedad a través de sus faroles azul marino.
Las horas pasaban y nadie se iba, recuerdo que papá y Nicolás se habían mudado a la cafetería del tercer piso en un intento de distraer un poco la mente, mientras que Marisa y mi madre se tomaban fuerte de las manos y hablaban en susurros. Yo, lejos de todos los demás, me encontraba con los ojos cerrados e imaginando cosas que inhibían la realidad, cualquier cosa que no me hiciera pensar en lo peor. Mi vista se desvío hacia la ventana más cercana, el color azul oscuro era lo único que veía, ¿A caso eran más de las ocho de la noche?
— Familia Ciprianno — Anunció el doctor parándose en medio de la sala, justo en el momento en que mi padre y Nicolás terminaban de bajar las escaleras con vasos de café para llevar. Nicolás adelantó el paso y escuchó atento junto a su esposa — Logramos estabilizar sus signos vitales, por ahora está bien — Los suspiros de alivio y sonrisas aparecieron, pero nuevamente, el doctor mostró una mueca de incomodidad y prosiguió: — Lamento informarles que tenemos un diagnóstico claro, recopilando la información de previas visitas y consultas médicas, hemos llegado a la conclusión de que su hija padece de leucemia...
El doctor seguía hablando, pero los oídos de todos nosotros simplemente habían dejado de escuchar. Leucemia.
Kristal tenía leucemia.