¡No estoy listo para conocer a tus padres!

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 De pasada para ir al aeropuerto iríamos a ver a mis padres, ¿Qué si estoy lista? Pues, no. Para nada, por nada en el mundo quería atravesar los pisos de mármol para encontrarme con las miradas preocupadas de las personas que hicieron mi vida posible. ¡Ni en un millón de años! Y lo que me hacía ver aún más patética era lo emocionados que los gemelos estaban por conocer mi familia. 

—Finn...¿Estás seguro de que tenemos tiempo? digo, ¿No sería una pérdida de tiempo? Y puede que pierdan su vuelo.— Le había dicho mientras conducía, estábamos a unos pocos kilómetros de Buenos Aires y ya podía sentir el ataque de pánico en mi pecho. No estaba lista, y por lo que estaba viendo, jamás lo estaría.

—No seas tonta, Emm, ¡Tenemos tiempo de sobra!— Me sonrió mi querido amigo, así es. Amigo, no eramos nada más ni nada menos. Sólo amigos.—¿A caso estás asustada?

—Pff...—Resoplé hundiéndome en el asiento.—¿Yo? ¿Asustada? ¡Por favor!

—No tienes de qué preocuparte, son tus padres y supongo que entenderán por qué te fuiste.—Jack me palmeó el hombro desde el asiento trasero mientras jugaba con los cabellos que caían sobre el mismo.—Extraño cuando tu pelo era de color café.

—¿Intentas decir que el rojo no me queda bien, Jackson?—Le pregunté sin quitar la mirada del camino.

—No, pero me gustaba más antes.

—No le hagas caso, Emm. Te ves igual de hermosa.—Me dijo Finn, lo miré a los ojos y pude sentir el ardor en mis mejillas, ¡Diablos! Él estaba sonriendo como siempre lo hacía cuando provocaba que mis mejillas se volviera rojas. 

—¡Emma!—Gritó Jack y me golpeó en el hombro, acto seguido el sonido de la bocina de un camión se cruzó por mi linea auditiva y cerré los ojos fuertemente mientras giraba el volante con la ayuda de las manos de Finn. ¡Por Dios! Pude habernos matado.

                                                                 ○

 En la entrada de casa las cosas parecían complicarse un poco, Finn me empujaba por la espalda y Jack se reía hasta quedarse rojo, sin contar las miradas de las personas que pasaban y se me quedaban mirando como si estuviese loca.

—¡Sueltenme no estoy lista!—Grité mientras luchaba por salir de los brazos de Finn.

—¿Y tu crees que yo sí? ¡No me haz invitado ni a cenar y ya quieres que conozca a tus padres!—Bromeó Jack intentando relajarme y hacerme entrar en razón, falló de manera olímpica. Una broma tan mala que aullentó a las pocas palomas que intentaban comer restos de comida en el suelo. Jack, al notar que nadie rió se movió incómodo y comenzó a ayudar a Finn a empujarme, me sorprendí a mi misma esa vez, me las había arreglado para fijar mis pies al suelo sin que los gemelos me arrastren a tocar el timbre.

—¿¡Qué es todo ese ruido?!—Escuché un grito familiar  "Alguien está en problemas"  Me dije a mi misma, sabía quien era y también me daba cuenta de que ahora no había vuelta atráz, los enfrentaría, a mi familia y a mi fracaso. 

  La puerta se abrió y simplemente dejé de luchar contra los gemelos, ellos al darse cuenta miraron hacia arriba. La señora se encontraba paralizada, con sus ojos posados en mi rostro, analizando cada facción, cada peca y la mueca extraña. Ella me recordaba, y por supuesto que yo también lo hacía. Mi querida abuela no había cambiado en nada, mismo rodete blanco decorado con un broche de perlas y lo que juraba era una pequeña esmeralda en el centro. Mismo atuendo anticuado pero al mismo tiempo elegante, mi abuela podría ser una reina si se lo proponía. 

—¿Emm?—Me susurró Finn, y yo asentí sin dejar de mirar los ojos verdes de la señora mayor frente a mí.—¿Es tu abuela? 

 Y como si fuera un pequeño cuento de hadas, el tiempo se paró, mi corazón latió fuerte y mi vista se nubló. ¿Qué me estaba pasando? Probablemente algo inexplicable para la ciencia de hoy en día. Algo que rompía toda clase de leyes, incluyendo algunas sobrenaturales. La ví. A ella. A la rubia que tenía como mejor amiga, aún se veía de quince años y seguía teniendo aquella pequeña sonrisa que te hacía dudar si había cometido alguna travesura o no. Me sonrió, tomó mi mano- enviando escalofríos a mi espalda- y finalmente se desvaneció en el viento. 

 Kristal tenía esa costumbre de visitarme de vez en cuando. No me mal interpreten, no estoy loca ni tampoco creo en fantasmas. Pero es solo que aquella visión que se representaba parecía tan real, que ya tenía dudas. No era la primera vez que pasaba algo como esto, me había ocurrido un par de veces mientras estaba con Max, pero nunca me había tocado. Siempre a la distancia, sonriendo.

—¡Emma!—Gritó mi abuela haciendo que las nubes imaginarias desaparecieran por completo y que el tiempo volviera a funcionar de forma normal.—¡No puedo creer que seas vos! ¡Querida!—Llamó a mi madre mientras me arrebataba de los brazos de los gemelos y me abrazaba con todas sus fuerzas.— ¡Joey!

 Tras la puerta aparecieron mis padres, caras confusas y perfectamente iguales a como cuando me fuí. Nada había cambiado, y creo que eso fue un pequeño alivio para mí. Tal vez todo sea un poco mejor de ahora en adelante, tal vez los fantasmas dejen de perseguirme y las voces se callen de una vez. Lo único que haría ahora es volver a mi color de cabello natural, el rojo realmente me estaba molestando, tenía que volver a ser la Emma de siempre, y lo haría. 

20 cosas que hacer antes de cumplir veinte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora