El peor día de mi vida.

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Un año más tarde todos esperarían una mejora prominente por parte de mi amiga, todos esperaban despertar de la pesadilla. Pero no, la pesadillo ocurría día y noche, todo el tiempo. Lo cierto era que la enfermedad avanzaba y se llevaba consigo a mi mejor amiga.

Aquel día lo recuerdo muy bien, y lo seguiré recordando por el resto de mi existencia. No porque haya sido mi cumpleaños número quince, sino por la extraña necesidad — casi una premonición de lo inevitable — de ir hacia el hospital en el que se encontraba Kris. Había evadido a mis familiares y los tontos ramos de rosas que enviaban, pidiendo desesperadamente que alguien me llevara hasta el hospital. Mis padres se negaron, sabían que ir no me hacía ningún bien, pero mantenerme alejada de ella me hacía peor. Así que fui caminando, o mejor dicho corriendo, veintitrés cuadras hasta la recepción. Kristal se encontraba en el tercer piso, el área de oncología infantil. No podía entrar allí, lo sabía. Pero un par de guiños hacia la secretaria me bastaron para llegar a la habitación de mi amiga. Me gustaría decir que el panorama que encontré fue adorable, una niña sonriendo, recuperándose de una enfermedad muy fuerte. Pero esto era la realidad, y eso no ocurría allí. Kristal había bajado veinte kilos, en parte, por la enfermedad, por otro lado, porque se negaba a comer. En un año había tomado rabia hacia el mundo, hacia todo. Varias veces me había confesado que ya no había un Dios para ella, que de haberlo, la habría salvado de esta. Tres intentos de suicidio, cuatro intentos de escape y mucha, mucha automutilación. La enfermedad la destruía, más de lo que nunca me hubiera imaginado.

Al principio no me había escuchado entrar, sólo se percató de mi presencia cuando me senté a su lado y le sonreí. Ella no me sonrió.

— Emma, no deberías estar aquí — Susurró, con los ojos entrecerrados y los labios morados; tenía los puños aferrados a la sábana blanca que la cubría, y la habitación era pobremente iluminada por la luz del sol de las cinco de la tarde.

— ¿Por qué no? Te extrañaba — Le susurré en respuesta, no quería hablar fuerte, sentía que todo debía ser tranquilo por alguna razón.

— Es tu cumpleaños, no seas tonta. No hay nada más deprimente que un hospital, deberías estar con tu familia y amigos. No conmigo.

— Cállate, no digas cosas así. Ningún hospital es deprimente si tiene a mi mejor amiga en él. Y prefiero pasar mi tiempo acá con vos que con mi familia, con ellos ya paso tiempo suficiente — Me reí suavemente — ¿Cómo estás?

— ¿Es una joda no? ¿Cómo voy a estar? Mírame, soy un desastre — Cerró los ojos con fuerza, mi mano buscó la suya y suspiré.

— Perdón, era sólo una pregunta...Pero estoy segura de que te vas a mejorar, todo va a salir bien. Vamos a estar juntas de nuevo y vamos a cumplir con la lista, ¿Ok?

— A la mierda con tu optimismo, Emm. No me voy a mejorar, no sé si voy a llegar a la semana que viene. Ya no siento las piernas, ni los brazos. Me cuesta respirar más que nunca y ni siquiera puedo sentarme. Nada de eso va a pasar, tengo que enfrentarlo. Estoy perdida y nadie puede ayudarme — Ella lloraba, yo negaba con la cabeza. Me rehusaba a aceptar lo inevitable, en ese momento, la muerte no existía para mí; lo cierto era que se encontraba en la puerta, esperando el momento justo para arrebatarle la vida a mi mejor amiga.

— Sólo...sólo disfrutemos de estos momentos, ¿Si? Olvidemos todo lo demás — Me acerqué para abrazarla, pero antes de que pudiera tocarla empezó a toser. Muy fuerte, haciendo sonidos impresionantes y teniendo respiraciones agitadas — Kris, ¡Kris! ¿Necesitás algo? ¿Qué hago? — Ella no pudo contestar, me hizo señas con la cabeza de que le alcanzara una toalla de color blanca que estaba sobre la mesita de luz; cubrió su boca con la misma y no la soltó hasta que su toz cesó, en ese momento la apartó para colocarla a su lado. Antes era blanca, ahora tenía manchas rojas bordó sobre ella. Mi cara de espanto debe de haber sido notoria, ella se rio, yo no entendí por qué.

— Debajo...— Tosió un poco más — Debajo de la cama hay algo, quiero que lo saques, ¿Si? — Obedecí y me agaché hasta encontrar un libro de cuero gastado — Abrilo.

Las páginas eran hermosas, fotos de ella y mías. Desde pequeñas hasta ahora, con dibujos y cartas. Toda nuestra amistad documentada en cuarenta y cuatro páginas.

— Quiero que te lo quedes, después de todo lo hice para ti. Feliz cumpleaños, Emma; Te amo, demasiado. ¿Sabes? Creo que soy la persona más suertuda del mundo, puede que tenga cáncer, pero por lo menos tengo a la mejor amiga del mundo — No le agradecí, no podía hablar. No podía pensar muy bien tampoco, algo anda mal y lo sabía. La vi acomodarse en su cama y cerrar los ojos, aun sosteniendo mi mano — ¿Te importa si duermo un poco? Realmente estoy cansada.

— Claro que no, duerme. Estaré bien — Su pecho se movía lento, perezoso. Hacía ruido cada vez que exhalaba. No sé como pero lo supe enseguida, tal vez fue porque su mano, de repente, dejó de apretar con fuerza la mía. Quizás porque su pecho dejó de moverse. Pero lo supe — Yo también te amo, Kris. Mucho.

Pasé la noche allí, incluso cuando los médicos se dieron cuenta de que ella ya no respiraba. Todo era un caos a mi alrededor, pero yo no. Yo estaba tranquila, por primera vez en un año respiraba con paz. Ella estaría bien, todo estaría bien. Y aunque me duela aceptarlo, mi mejor amiga murió en mi cumpleaños.

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20 cosas que hacer antes de cumplir veinte.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora