La muerte de Kristal fue lo peor, en el momento en el que desperté en la clínica, el día después de mi cumpleaños. Al ver el cuerpo de mi mejor amiga, sin vida, sobre su cama. Lucía pacifica, y de alguna manera me alegraba por ella. Me había dicho que quería cortar el dolor, que esperaba que todo acabara. Cuando su madre llegó y me encontró llorando, ella no tardó en darse cuenta de lo que había pasado. Y creo que básicamente escuché como su corazón se rompía. Kristal era su hija, su única hija.
Hoy estamos a un año, exactamente, de la muerte de mi querida amiga. Era mi cumpleaños número dieciséis, y como lo había previsto, estaba recostada en mi cama llorando mientras abrazaba el álbum que ella me había obsequiado.
— Feliz cumpleaños, Emma.— Dijo mi abuela entrando en mi cuarto, Tenía su tan peculiar acento cuando hablaba que de vez en cuando me hacía sonreír.— Oh, pequeña, no llores más, ¿Si? Sé que Kris no quisiera verte llorando de esta manera el día de tu cumpleaños.— Se sentó en mi cama. Yo sollosé y luego la abrasé.
— No sabes cuanto duele no tenerla conmigo.— Suspiré en su hombro.
— ¿Alguna vez te conté de mi amiga Rose?— Dijo. Yo negué.— Vení conmigo.— Se paró y comenzó a caminar. Yo la seguí mientras intentaba secar un poco las lágrimas de mis mejillas. De pronto ella se detuvo en la puerta de su habitación. Pocas veces había entrado allí, la primera cuando tenía seis años y necesitaba ayuda con mi tarea de inglés, la segunda cuando mis padres estaban peleando y parecía que se iban a separar, esa noche yo dormí en aquella habitación. Junto a mi adorable abuela extranjera.
Ella abrió la puerta, su habitación era la más grande de la casa, por lo tanto, tenía unos pequeños sillones a un lado de la cama, nadie se había sentado ahí, creo que una vez mi madre había mencionado que la abuela y el abuelo solían quedarse ahí tardes enteras tomando té.
— Sentate, por favor— Me dijo, en mi mente dudé si sentarme en uno de los sillones o en la cama, por respeto al abuelo me senté a una orilla de la cama. Mientras tanto ella buscaba algo en su librero. Cuando lo encontró escuché que soltó un suspiro.— Ella, es Rose.— Señaló una chica de cabello rubio, en una foto.— Ella era mi mejor amiga pero, luego me mudé a Argentina y inevitablemente no pudimos continuar con nuestra amistad.— Abrió el libro, que a decir verdad era una especie de álbum, como el que Kristal me había dado.— Nos conocíamos desde pequeñas, habíamos tenido más de una pelea tonta, ya sabes, lo normal.— Sonrió.— Pero todo cambió masivamente cuando conocí a tu abuelo, Joe.— Suspiró.— Nuestros padres se habían opuesto a dejarnos amarnos y no nos quedó opción. Escaparíamos en un barco que esa noche zarpaba hacia un lugar en América latina, nosotros logramos bajar al llegar aquí.— Rió al ver una foto de mi abuelo y ella besándose en un puerto.— La noche en la que nos ibamos, Rose había ido a despedirme, tuvimos una emotiva charla durante una hora y media y luego ella me entregó esto, me dijo que lo llenara con las aventuras que teníamos pensado hacer juntas.— Suspiró, eso me hizo recordar a la lista. Qué extraño.— También dijo que no importaba que ella se quedara, que yo hiciera todas esas locuras junto a Joe y que, sobre todo, disfrutara.— Me miró.— Creo que es tiempo de que empieces a disfrutar, Emma. Uno no es joven por siempre.— Creo que es tiempo de mostrarle la lista.
— Abuela.— Le dije.— Con Kristal habíamos armado una lista de cosas que hacer antes de volvernos adultas, ¿sabes?— Ella sonrió.— Ya que nuestros padres querían que dirijamos la empresa. Bueno, aún quieren que por lo menos yo esté a cargo de ella.— Sollocé.
— Muéstramela, si quieres.— Me sonrió.— Te ayudaré en lo que sea, linda.— Me levanté de su cama y fui corriendo hasta mi habitación. Arranqué la lista de la puerta de mi armario y luego volví a correr hasta la habitación de mi abuela, entregándosela para que la leyera. La observaba sonreír mientras leía. Mi abuela era hermosa en verdad. Siempre le había pensado, había algo en su mirada que la hacía especial. Algo en su sonrisa contagiosa. Algo que jamáz había podido descifrar.
— Teníamos trece cuando la hicimos.— Sonreí.— Habíamos acordado hacer todas esas cosas juntas, pero...— Mi sonrisa desapareció.— Ella me hizo prometer que cumpliría los sueños que habíamos anotado. No quiero defraudarla.
—-Emma, juro que haré lo posible para que cumplas estas cosas. Por ella y por ti misma.— Me sonrió.
— Gracias, Abuela.— Nos abrazamos y nos quedamos charlando un rato largo, tan largo que había caído la noche y aún seguía en su habitación riendo ante sus anécdotas de cuando era joven.