Prólogo

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—¡Nadia apurate que ya nos tenemos que ir! ¿Terminaste de armar tu valija?

¡Dios! ¿Cuándo cumpliré dieciocho? No veo la hora de irme y hacer lo que yo quiero, en esta casa dominan los gritos y el mal humor. Solo me faltan dos años y luego: la libertad.

—¡Ya voy mamá! Ya terminé con el bolso— digo cuando salgo del baño.

—Bueno. Dale, dale. Hay que ir al supermercado a comprar las cosas para el viaje, no sé cuánto nos pueden costar en Mar de Ajó.

Me miro por última vez en el espejo de mi habitación y considero que estoy bastante bien. Opté por ponerme una pollera de jean y una remera de tirantes blanca. Definitivamente la genética no me favoreció en nada: no tengo busto, no tengo cintura y, aunque peso 61 kg y mido 1.70 m, a veces me veo gorda. Algún día ganaré la lotería y me operaré las tetas para tener un poco de forma... algún día, pero con mi pelo no hay nada que hacer. Castaño oscuro por debajo de los hombros con tintes rojizos y ondulado, pero no un lindo ondulado, sino que, con el clima, me hace parecer al Rey León. No hay cosa en el mundo que deteste más que mi pelo. No. No tengo nada extraordinario, nada fuera de lo común, nada por lo cual diferenciarme. Ojos grandes color marrón, cara cuadrada, tez blanca. Pero es lo que hay y tengo que vivir con ello ya que no lo puedo cambiar. Desgraciadamente soy la versión joven de mi mamá, hasta nuestra voz es idéntica, parecemos gemelas con 25 años de diferencia. Lo único que me gusta de mi cara son las pestañas: abundantes, oscuras, largas y muy rizadas, todo el mundo me las envidia.

—¡NADIA! ¡Apúrate mierda! El micro sale en cuatro horas y tenemos que ir hasta Villa Urquiza. Si no llegamos por tu culpa te juro que... ¡te mato! —dijo mamá—. Trini, agarrá a Denisse y vamos.

—Acá estoy ma. Llevo la mochila para traer las cosas. Yo cierro la puerta.

Salimos de casa y caminamos catorce cuadras hasta la estación de tren de Villa Ballester mientras mis hermanas corrían y jugaban por el camino. Ellas son lo único lindo que hay en mi vida: Trinidad y Denisse. Con nueve y seis años respectivamente alegran mis días, las amo con todo mi corazón, no sé qué haría sin ellas.

Las calles arboladas de mi barrio apaciguan un poco el calor proveniente de las altas temperaturas de febrero. Argentina arde en verano. Pero ahora, el calor no es tan agobiante porque son las nueve de la mañana, en cuatro horas te la regalo. Por suerte estaremos arriba del micro que nos llevará de vacaciones y disfrutaremos del aire acondicionado.

Mar de Ajó... ¡Por fin playa! Aunque, ahora que lo pienso, eso significa que voy a tener que estar prácticamente desnuda, exhibiendo mi cuerpo al lado de las esculturales bellezas que seguramente me harán sombra. ¡Qué desastre! ¡Qué vergüenza! No sé qué voy a hacer. Seguramente me ponga un short porque no me voy a bancar estar con el bikini que me compré. Creo que tengo que trabajar un poco en mi timidez, no puede ser que sea tan retraída y vergonzosa, tengo que cambiar.

Perdida en mis pensamientos estaba cuando Trinidad me avisa que tenemos que bajar del tren, ya habíamos llegado a nuestro destino.

Por ser sábado, el supermercado está repleto de gente buscando los productos de oferta y nosotras no nos diferenciamos de los demás compradores. De las cajas salen muchísimas personas y es un tanto difícil entrar, pero lo logramos. Vamos derechito a la verdulería y yo me quedo en un costado con Denisse sentada en el carrito esperando que Soledad, mi mamá, compre lo que vino a buscar. Y entonces lo vi. Alto, cabello negro y tez bronceada, ojos negros oscuros como la noche y sonrisa matadora. Mi corazón dio un vuelco en mi pecho, un golpe tan grande que nunca antes había sentido y que me dejó con la boca abierta por un rato hasta que Denisse se dio cuenta y me tiró del pelo para que la mirara.

—¿Qué te pasa Nadia?, ¿qué estás viendo?

—A mamá. Es que tarda mucho y ya me quiero ir.

—Dice mami que vayas a ayudarle —Trini interrumpe nuestra charla.

—Bueno, quedate acá con Den así voy con ella.

Así como llegó desapareció. No sé de donde salió, pero sé que era repositor, porque llevaba el uniforme del lugar. Lo busqué con la mirada varias veces, pero no lo encontré. Por suerte mi madre no me vio, de lo contrario, quien sabe lo que hubiera pasado.

El tiempo pasó, específicamente diez meses, y a pesar de haber vuelto al lugar infinidad de veces, no lo volví a ver. Empecé a creer que tal vez había sido una creación de mi mente maligna que siempre me quiere jugar bromas pesadas.

Ya me había graduado del secundario y estaba feliz porque había decidido seguir estudiando en la universidad. Me decanté por Administración de Empresas en la Universidad de Buenos Aires.

Llegamos a la universidad para completar los trámites de inscripción.

—La secretaría está cerrada —indica una señora que debía estar atendiendo el mostrador.

—¿Cómo que está cerrada? Todavía es horario de atención y, además, hoy es el último día para presentar los papeles de la inscripción de mi hija.

—Señora, el país se está cayendo a pedazos. ¿Acaso no vio las noticias hoy?

—No, no vimos nada —digo—. ¿Qué pasó?

—El país está tomado. La gente está protestando en la Plaza de Mayo. Vuelvan el lunes y les recibiremos los papeles, no se preocupen.

—Gracias —decimos las dos juntas.

¿Qué habrá pasado? Solo tengo que llegar a casa y prender el televisor para enterarme.

Mientras mamá y yo cocinamos escuchamos la tele, si antes tenía un ligero miedo, entonces ahora tengo terror. La imagen de una Plaza de Mayo repleta de gente peleando con la policía me deja pasmada pero lo que más me eriza la piel, es escuchar la voz bastante exaltada del cronista:

...Todos los que pasan por aquí se encuentran con estas corridas. Los jóvenes por momentos se repliegan y por momentos vuelven a avanzar, retroceden, se juntan a unos cien metros y una vez que se reunifican, empiezan a avanzar todos juntos otra vez. A los gritos la gente reclama volver a avanzar. Mucha gente joven, muchas mujeres. La policía continúa disparando, hay carros hidrantes que se están preparando para disparar. Jóvenes que se defienden con lo que pueden...

No acredito lo que veo ni lo que escucho.

Los disturbios de hace un mes ya pasaron y por lo menos estamos más tranquilos, un poco, aunque sea. Por la crisis, a mi mamá le redujeron la semana laboral y solo trabaja de lunes a miércoles, pero vivimos bien dentro de lo que se puede. Como tengo diecisiete años todavía no puedo trabajar para ayudarle, pero me faltan pocos meses para cumplir la mayoría de edad. Ya veré que hacer en su momento, por lo pronto, hay que bajar del tren para ir al super.

Ya había dejado de pensar en ese chico misterioso que nunca más había visto, seguro era mi imaginación que me jugaba una mala pasada.

Alguien me está mirando, lo sé porque lo siento. Yo parada en medio del supermercado esperando a que mi mamá elija los productos que quiere comprar... y, sí. Seguro que me miran, debe ser alguien que se pregunta qué es lo que hago ahí. Levanto la vista y miro hacia el lugar desde donde, creo, proviene la mirada. Mi corazón da ese vuelco que ya sentí una vez, ese golpe en el pecho que ya conozco porque lo experimente hace casi un año atrás. Mis ojos se cruzaron con los suyos, esos ojos negros de mirada penetrante hicieron que mi piel se erice de una forma insoportable casi dolorosa. Bajo la mirada porque es demasiado para mí. Calma corazón mío, calma. No vaya a ser que me dé un paro cardíaco y caiga redonda al piso en el medio del local. Vuelvo a mirar con más detalle y me doy cuenta de que, efectivamente, es un repositor. Mueve las manos agarrando lo que sea que tenga y colocándolo en la góndola mientras me mira de una manera que desconozco. Le voy a sostener la mirada a ver hasta dónde la sostiene, total, nadie se dará cuenta. Lo miro. Sigo observando. Sigo y sigo y no baja la mirada, al contrario, me mira con más oscuridad y deseo.

Algo dentro de mí pide a gritos que deje de mirarlo, me dice que es peligroso lo que estoy haciendo. Cállate conciencia, déjame vivir este momento, déjame sentir esto que siento.

Me dedica una sonrisa de lado y me doy cuenta de que me perdí. Caí. Este hombre será mi perdición.


Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora