Capítulo 26

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—Gracias por todo, tía —la abrazo—. A fines de marzo vuelvo con mi amiga si me dejas.

—¡Por supuesto! —lagrimea.

—Cuídate, primita —pellizca mi mejilla—. Cuando vuelvas, prometo no irme a Mar del Plata.

Pasé unas vacaciones hermosas, mejor no podrían haber sido.

Vuelvo a la rutina de siempre, mal que me pese. Entro a la oficina y, para mi desgracia, Adrián es el primero que cruzo.

—Que lindo te sienta el bronceado —se relame.

—¿Hasta cuándo vas a seguir molestándome? —mi tono de irritación le causa gracia.

—Hasta que dejes de provocarme —ríe de lado.

Sigo mi camino ignorándolo y veo que Dani ya está instalada en la recepción. La saludo con la mano y ella me mira contenta, le gusta su puesto.

—Hola Ramón —saludo a mi jefe—. ¿Qué voy a hacer hoy?

—Tomá asiento —me señala la silla frente a él—. Voy a explicarte lo que vamos a hacer a partir de ahora.

Dejo mis cosas en mi escritorio y me siento donde me indicó. De repente se forma un nudo en mi garganta, tengo miedo. No soy buena adaptándome a los cambios, me gustan que las cosas se mantengan siempre de la misma forma, me da seguridad, pero lamentablemente me la tengo que aguantar.

—A partir de mañana empezamos con la promoción que te conté antes que te fueras de vacaciones.

—La de San Lorenzo.

—Exacto.

Me comentó los detalles del trabajo y me pareció bastante interesante. Tengo que contratar gente para cubrir la cantidad de promotores así que me pongo con ese trabajo. Una vez que tengo las diez personas solicitadas por Ramón, nos vamos de la oficina. Hablamos con uno de los candidatos a la presidencia del club, Carlos Datria. Nos dio detalles sobre cómo le gustaría que hagamos la promoción incluyendo la vestimenta. Nos entregó el material necesario y luego nos fuimos.

Voy a buscar a Javier a su lugar de trabajo. Otra vez lo encuentro peleando con el gerente, esos dos se odian a muerte. Me acerco a mi amor cuando el gordo forro se va.

—Muñeca hermosa, te estaba esperando —dice con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Otra vez te molesta este viejo de mierda? —hago un gesto de asco.

—Sí, me tiene podrido —se revuelve el cabello con las manos y luego refriega sus ojos, está cansado, ya no aguanta más.

—¿Vamos? —acaricio su brazo para relajarlo.

—Esperame afuera, me saco el uniforme y salgo.

Caminamos hasta la estación, como siempre, mientras me decía que ya no aguanta más.

—Le dije que me eche y el muy hijo de puta me contestó que no va a hacerlo.

—¿Y qué vas a hacer entonces?

—Mañana voy a hablar con Gladys, la mina de RRHH. Hasta ahora me manejé siempre con el gordo, pero ya no más.

—Aguantá hasta abril que yo vuelvo a mis tareas en la oficina así puedo hablar con Guido, yo creo que no va a haber ningún problema. Necesitamos otro cobrador para zona oeste, el que está ahora se va.

—Igual me puedo ir y manejarme con la indemnización hasta que encuentre otra cosa, no me viene nada mal unos días más de vacaciones —subimos al tren—. Mientras le pase la plata a Nancy todos los meses, puedo hacer lo que quiera.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora