Capítulo 4

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Las clases de historia de los martes son las peores de toda la universidad. Dos profesoras la dictan y cada una tiene una visión distinta de los hechos históricos importantes y la verdad es que nos confunden a todos. Siempre me gustó estudiar y en el secundario era una de las mejores alumnas, pero nadie me dijo que la universidad era tan difícil, de lo contrario, me hubiera preparado un poco más. Tal vez me equivoqué de carrera y la administración no es lo mío.

—No entiendo una goma Sabri, me quiero ir a la mierda —susurro—. ¿Qué mierda me importa la historia de Japón?

—Y lo peor es que no entra en el parcial, me estoy durmiendo —bosteza.

—Cuando termine la clase voy a ir al locutorio a llamar a Javier, según creo, ayer debería haber vuelto al trabajo. ¿Me acompañas?

—¡Obvio! Eso no se pregunta perrita —me dedica una sonrisa cómplice.

Lo malo de las cabinas telefónicas es que son diminutas y no caben dos personas, por eso Sabri se queda parada en la puerta y no la podemos cerrar. Seguramente toda la universidad se entere de mis problemas amorosos.

¡Hola muñeca! —dice alargando la o más de lo necesario.

—¡Qué muñeca ni muñeca! —levanto la voz.

Estuve casi un mes esperando noticias suyas, esperando más de una llamada y nada. Y ahora pretende que esté feliz de escuchar su voz, obviamente lo estoy, pero mi enojo es mayor.

Hey ¿Qué pasa linda?

Pasa que no sé nada de vos desde el mes pasado, eso pasa. Mirá Javier, si no querés nada conmigo decímelo y listo, yo no tengo porqué andar atrás tuyo rogándote un poco de atención —golpeo con el puño la mesita de la cabina y Sabrina coloca una mano en mi hombro. Me recuerda que la puerta del cubículo está abierta y que todos dentro del locutorio escucharon mis gritos.

Me encanta cuando te enojas —¿se está riendo? ¿acaso le parece gracioso?

—No sé qué es lo que te causa tanta gracia, ¿te reís de mis sentimientos o qué? —si alguien quedaba sin saber lo que pasaba, se acababa de enterar a causa de mis gritos.

Muñequita no te enojes, mejor vení a buscarme que en dos horas salgo.

Listo, se me fue todo el enojo. Así de débil soy ¿qué le voy a hacer?

—Mmm... bueno. Yo estoy en facu ahora pero ya terminó la clase así que en media hora llego.

Genial. Te voy a presentar a mis compañeros. Te espero, muñequita, no tardes.

Me tomé el colectivo 107 y me dediqué a mirar por la ventana. Ahora que estamos a finales de marzo, las calles están abarrotadas de gente. Todos los que se fueron de vacaciones están de vuelta y los niños con guardapolvos blancos se adueñan de las calles. A pesar de ser otoño el calor todavía no nos abandona y nos permite disfrutar días soleados y templados como el de hoy. En dos meses ya empezará el frío y las hojas de los árboles comenzarán a caer dejando paso a las ramas secas y a los pisos teñidos de tonos rojizos y cobrizos.

Ni bien pongo un pie en el supermercado siento un escalofrío recorrer mi columna. Está parado en el sector Balanzas hablando muy animado con una chica, una compañera. Cuando se percata de mi presencia gira para verme y la sonrisa más hermosa del mundo aparece. Se me voló la tanga otra vez. Lo veo acercarse hacia mí con un andar felino, con los ojos más oscuros todavía, borrando a la gente alrededor nuestro, elevando la temperatura. Cuando la distancia entre nosotros se acorta puedo sentir su respiración entrecortada lo que me hace pensar que él siente todo esto que yo siento. ¿Y mi enojo?, ¿qué enojo? Ya ni recuerdo lo que pasó. Mira hacia los lados y cuando se cerciora de que nadie nos observa me da un beso fugaz, dulce y tierno en los labios. Su perfume invade sin permiso mi nariz y su cabello largo cosquillea en mi mejilla causando que todos los vellos de mi cuerpo se ericen por completo. Me toma por los hombros y sus manos están calientes, ese suave contacto provoca que mis piernas se conviertan en gelatina.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora