Capítulo 21

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—En este caso estoy con vos —palmea mi espalda—. ¿Sabés qué vamos a hacer?

—¿Hundirnos en la depresión? —digo con tristeza.

—No —pone de cara de burla—. Vamos a disfrutar de este período de soltería que te toca vivir.

—No tengo ánimo para nada, Nati —me tiro en la cama y tapo mis ojos con las manos.

—¡Vamos Na! No te caigas ahora, te va a llamar —tira de mi brazo para obligarme a levantarme—. Te ama, no va a dejarte escapar.

Por más que Nati intentaba levantarme el ánimo no lo conseguía. En este momento me gustaría estar con Pantera, pero me quedé sin el pan y sin la torta. No es justo para él. ¡Mierda!, lo extraño.

—Está bien —digo cansada. Haga lo que haga no voy a sentirme mejor así que da igual—. ¿Qué querés hacer?

—Vamos a buscar a Chelo y Martín a ver si ligamos alguna salida.

Pasamos a buscarlos y fuimos a una feria de ropa, bastante grande y conocida en mi barrio. Martín me regaló varias prendas, menos mal, me hacían falta. Nos divertimos bastante, pensé que no volvería a reír, pero me equivoqué.

Por la noche fuimos a la casa de Mariela y nos quedamos a dormir con ella. Hablamos hasta tarde, obviamente de nuestros hombres, de las cosas buenas y malas que nos tocaron vivir con ellos. Terminé por entender que mi relación con Javier era más triste que feliz. De los siete días de la semana dos estábamos bien y el resto mal. No se puede tener una relación así, sin embargo, me arrepiento de lo que dije. No puedo evitar sentir lo que siento y ahora mismo no comprendo muy bien porqué estamos separados. Creo que si el amor está todo se puede, todo se soluciona, todo puede cambiar para mejor. Tal vez debo darle más tiempo. Tal vez lo presioné...

Nos levantamos tardísimo, casi son las dos de la tarde. Entramos en la casa de Nati y Cristina nos da una buena noticia.

—Te llamaron de un local de ropa, para que empieces a trabajar mañana —me tiende el papel con la dirección del lugar.

—¡Buenísimo!

—A vos también te llamaron, hija.

No podíamos estar más felices. Las dos trabajaríamos en locales de ropa y en la misma cuadra. Por lo menos me voy a distraer un poco y podré dejar de pensar en mis penurias amorosas.

Nos levantamos temprano, desayunamos y fuimos a nuestro primer día de trabajo. En el horario de almuerzo fui a buscar a Nati.

—Lo extraño —digo con tristeza—. ¿Habrá llamado?

—Cuando lleguemos a casa te vas a enterar.

—Si no me llama hasta el viernes lo llamo yo. Quiero arreglar las cosas, creo que me apresuré y tal vez no debí decirle que se terminó.

—No estoy de acuerdo —dice mordiendo su sándwich de milanesa—. A veces es bueno ponerlos en situación y que vean que no tenemos toda la vida para esperar.

Termino de acomodar la ropa en los estantes y tomo mi cartera para salir. El dueño del local me frena.

—Muy buen trabajo, Nadia. Acá tenés lo de hoy —extiende la mano dándome los billetes—. Mañana a las 8:30 nos vemos.

—Muchas gracias, hasta mañana.

Cuando llegamos nos devoramos la cena, estábamos muertas de hambre, el trabajo nos quitó la poca energía que teníamos. Estaba terminando de lavar los platos cuando escucho la bocina de una moto. Nati se asoma por la ventana y mira, gira para verme con una sonrisa de oreja a oreja.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora