Se lo tengo que contar a mamá, tengo que pedirle permiso para ir. No recordaba que, por la crisis, le habían reducido los días de trabajo y los jueves y viernes se quedaba en casa. Para colmo el jueves es 14 de febrero, Seguro va a pensar que salgo con él desde hace tiempo y que le mentí. Ella siempre dice que, aunque duela, prefiere que le diga la verdad. Convengamos que no hago mucho caso a ese pedido porque prefiero ocultar algunas cosas para evitarme el castigo. Todo bien con esa premisa, pero por más que diga la verdad, siempre me ligo unos chancletazos de mi vieja. No es que yo sea una mala hija, es que ella es demasiado estricta conmigo y no confía en mí. Las pocas amigas que tengo, las tengo porque ella no sabe que las veo. No las quiere, entonces no me deja pasar tiempo con ellas, según mi madre, me llevan por mal camino. Natasha y Mariela son mis dos amigas y mi vieja no las quiere porque viven en la villa. Las familias de ambas son gente muy trabajadora que me hacen sentir que formo parte de su familia, pero mi mamá es así. Piensa que nació en Recoleta o Barrio Norte, no sé, se cree mejor persona porque vivimos a unas cuadras y no dentro de la villa. Yo no discrimino a la gente, no me importa de dónde vienen, me importa quiénes son y qué intenciones tienen.
Llevo todo el día dándole vueltas al asunto, pensando si mentirle o decirle la verdad. Creo que con diecisiete años ya estoy bastante crecidita como para poder ir a una cita, además es en una plaza ¿Qué podría pasar? Nada. Las plazas están llenas de gente y el jueves peor porque es el día de los enamorados. Si logro ir quedará para el recuerdo, será una anécdota que podré contrale a mis hijos.
Después de mucho pensar decido que le diré la verdad. Junto fuerzas para hablar y le pido a todos los santos que lo tome bien.
—Mamá tengo que decirte algo —mi voz se quiebra, estoy tan nerviosa que el aire no ingresa a mis pulmones. Froto mis manos con ansiedad—. En realidad, quiero pedirte algo.
—¡¿Qué hiciste ahora Nadia?! —levanta la voz y me sobresalto, esto no está yendo muy bien—. Recién llego de trabajar por favor no me agobies con problemas —me perfora el cuerpo con la mirada.
Parece que el horno no está para bollos, pero tengo que decirle la verdad porque de otra forma no voy a poder salir. Y si me dice que no, bueno, al menos lo intenté ¿no?
—Conocí a alguien —susurro.
Se queda en silencio cerrando los ojos, cuando los abre me mira con rabia, odio. Trago saliva con dificultad y sigo.
—Es un chico que trabaja en Coto —evalúo su reacción, no demuestra un solo sentimiento excepto rabia—. Me invito a salir para charlar un poco y conocernos.
Más silencio, pero ahora mira al piso como buscando esa paciencia que tanto le hace falta y que yo siempre pido al cielo que encuentre.
—Me citó en la plaza Roca a las diez de la mañana de mañana y nos vamos a quedar ahí... —por Dios, ¡que diga algo! Esta incertidumbre me está matando— ¿Puedo ir?
Nada. Ni una respuesta, ni una mirada. Prefiero que me grite antes que se quede callada porque eso me pone peor, me aterroriza no saber qué está pensando. Creo que en cualquier momento se viene el cachetazo o tal vez me revolea una zapatilla. Tiene los párpados apretados, los puños cerrados y el ceño fruncido, parece que está batallando en su interior y el color de su cara se vuelve cada vez más rojizo.
—Nadia —abre los ojos, inspira profundo y relaja los puños—: tenés diecisiete años y toda la vida por delante, sos una pendeja todavía, vas a empezar la facultad el mes que viene. ¿A vos te parece bonito lo que me estás pidiendo? —levanta la voz y un sudor frío recorre mi nuca—. Tenés dos hermanas ¿qué ejemplo les querés dar? Además ¿no pensás en lo que va a decir la gente?
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Desilusión ©
Romance-¡Te di mi corazón entero, te abrí las puertas de mi alma y me mentiste, Javier! ¡Me usaste, me engañaste hasta el hartazgo y aun así no te alcanzó! No te importó que fuera una chica inocente, ilusa e inexperta. Tomaste todo de mí y ahora que te can...