Capítulo 17

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No puedo. Trato de juntar fuerzas para acercarme hasta la puerta y verlo, pero no puedo. Intento asimilar las cosas que pasaron y es en vano. Me repito una y otra vez que debo perdonar para seguir, pero es muy difícil.

—Abrí, Nadia —mamá ya está enojada—. Es la tercera vez que toca el timbre, ¡ya me tiene harta!

¿Cómo hago?, ¿de dónde saco fuerzas para enfrentar esto?

—¡NADIA! —grita.

—¡Ya voy, ya voy!

No pienso arreglar las cosas, no todavía. Voy a tomar esta visita suya como una oportunidad para obtener respuestas. Abro la puerta, pero no lo miro a los ojos, sólo veo el piso. Apoyo mi espalda en la pared y espero a que hable.

—Hola... —su voz está quebrada—. ¿No me vas a mirar?

—No —susurro—. No tengo fuerzas para mirarte a la cara.

—No me digas eso, muñequita —se coloca frente a mí y me toma por los hombros con suavidad—. ¡Mirame por favor! Quiero que veas lo mal que me siento, lo arrepentido que estoy.

Levanto la vista y lo miro. Es verdad, está arrepentido, lo puedo ver en sus ojos. Veo miedo, dolor, culpa. No miente. El calor de sus manos traspasa mi suéter, entibia mi piel y, después de una semana, siento que se puede. Siento que es posible perdonar y continuar con nuestra relación.

—Quiero hacerte algunas preguntas —mi tono es serio, casi enojada.

—Lo que sea, no pienso ocultarte nada —nos sentamos en el escalón de la puerta.

—Cuando mi mamá te vio en el hospital estabas con ella, ¿cierto?

—Sí... —susurra. No le gusta nada lo que pregunto.

—¿Por qué no aprovechaste ese momento para decirme la verdad?

—No sé... No sabía cómo hacerlo, no quería pasar por esta tortura. Toda esta semana estuve mal, en el trabajo me llamaron la atención varias veces —frota su sien con ambas manos—. Me peleé con un cliente, con mi mamá, siento que me falta algo, me siento vacío.

—Yo me siento engañada —murmuro.

—¡No puedo vivir sin vos! —gira en su lugar y agarra mis manos llevándoselas al pecho—. Mi corazón late alborotado cada vez que te veo, yo sé que lo sentís.

Sí, lo siento. Puede salir de su pecho en cualquier momento. Yo me siento igual, pero por alguna razón estoy más enojada que antes.

—El carnicero lo sabía, Laura también... ¡todos! —me siento estúpida—. Nunca seguiste el tren, no fuiste a verme ese día... ¿estabas con ella?

—Sí... —se tapa los ojos.

—¿Quién me asegura que todo este tiempo no siguieron juntos? —mi voz se quiebra, no sé cuánto tiempo más podré soportar.

—Yo, yo te lo aseguro —toma mi cara entre sus manos y me obliga a mirarlo—. Nadia, vos sos mi vida, vos sos mi amor.

—Basta... —las lágrimas gotean sin control liberándome de la angustia.

—¡No! No voy a parar porque es la verdad y necesito decirla. Dije que no mentiría: la amé, era el amor de mi vida hasta que llegaste. Nunca sentí algo tan fuerte por alguien como lo siento por vos, ni siquiera por ella —cierra fuertemente los ojos—. Dame otra oportunidad... te juro que, si esto no funciona, yo mismo me alejaré de vos.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora