Capítulo 3

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Llego a casa con un calor terrible, pero contenta con mis flores, el aroma de ellas me transporta a la cita e inmediatamente un temblor recorre mi cuerpo otra vez. No tengo una flor preferida pero el aroma de las rosas es mi favorito desde ahora. En cuanto cierro la puerta Den sale corriendo por el largo pasillo que divide mi casa de la calle, solo espero poder almorzar tranquila y que mi mamá no me llene de preguntas, pero seguramente eso no será posible. Es demasiado esperar un poco de cordialidad por parte de ella.

Siempre quise que nuestra relación sea mucho mejor, que ella se interese por mis cosas, que seamos más cercanas, que pueda contarle sobre mis anhelos y emociones, sobre las cosas que me gustan. Soy consciente de que es mi madre y no mi amiga, pero no hay nada de malo en esperar un poco de amistad por su parte.

No tengo relación con mi padre y se debe en parte a ella y en parte a que vive en Catamarca. Por eso me refugio tanto en Natasha o Mariela, porque ellas son las únicas que realmente me conocen y saben cómo soy, cómo me siento y qué es lo que busco en la vida a pesar de no tenerlo completamente definido.

—¿Éstas son horas de llegar? —está parada en la puerta de la cocina con las manos apoyadas a los costados de su cadera y la cara completamente roja de furia.

—Es que llegó a las once y hablamos mucho —trato de parecer indiferente pero el miedo es notable.

Me avergüenza decirlo, pero es la verdad: mi mama es agresiva conmigo, me pega muchas veces y yo no me defiendo. Hace un tiempo atrás terminé en el hospital con tres puntos en la cabeza porque me había pedido que le alcanzara una fuente. Le llevé la que encontré primero, pero evidentemente no era la que ella quería y se enojó tanto que me pego con una espumadera de metal en la cabeza. El borde se clavó en mi cuero cabelludo y la sangre no paraba de salir. Se puso a llorar pidiéndome disculpas y salimos corriendo al hospital. Tuve que decir que me había caído y cortado con una chapa o de otra forma la denunciarían por maltrato. Por lo menos ahora me pega con la mano o con algún palo o lo que encuentre, antes me pegaba con una manguera amarilla que era tan gruesa y dura, que me dejaba moretones por semanas. Creo que ahora pueden entender el porqué de mi miedo hacia ella.

No es una mujer feliz, es una mujer cansada, agobiada por los problemas y por tres hijas que, según ella, le sacan canas verdes. Llevar una familia sola fue duro para todas nosotras porque ni mi padre ni el de mis hermanas nos ayudan. Pero yo no tengo que ser igual a ella, no tengo porqué ser infeliz o tener una vida que no quiero. Si quiero ser feliz y escribir mi propia historia, voy a tener que luchar contra ella porque no me dejará vivir en paz. Puedo soportar lo que sea, además, puedo independizarme si se pone muy abusiva. Hasta la coronilla estoy con su mal carácter y su trato.

Noto que desde hoy algo ha cambiado dentro de mí. Un valor que no sabía que tenía crece cada vez más. Tal vez debería buscar un trabajo y mudarme lo más pronto posible, de otro modo no voy a poder salir, estudiar, ponerme de novia, ¡nada!

De repente, sin previo aviso, me quita el ramo de la mano y lo rompe en mil pedazos frente a mis ojos. Destroza cada una de las flores y yo siento que es mi corazón el que se deshoja, el que se rompe, el que cae al piso sin remedio ni arreglo. Las lágrimas recorren mis mejillas sin poder parar. Llevo las manos a mis ojos para no ver lo que está haciendo, no lo puedo soportar.

—¡¿Por qué me haces esto mamá?! Una de las flores era para vos —dije sin pensar.

No sé por qué se me ocurrió decir eso, tal vez pensé que se sentiría culpable por lo que hizo, tal vez vea que Javier es un buen chico y que no tuvo malas intenciones cuando me regaló las flores, tal vez vea mi tristeza y se dé cuenta del daño que me está produciendo. Obviamente, eso no pasó.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora