Capítulo 23

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A medida que iban pasando los meses mi relación con Javier era cada vez más tensa. El jueves 20 de febrero nació Kevin, su hijo con Nancy. Ese día me sentí miserable. Estaba aburridísima y decidí salir a pasear en bici por el barrio porque no podía verlo, intuía que estaba en la clínica con ella. Fui a la casa de Nati, pero estaba con Darío y Mariela había desaparecido como tantas veces lo hacía, entonces salí sola. Los celos carcomían mi alma y no podía parar de pensar en ellos como escena familiar. Obviamente no era conveniente ir a verlos, Nancy me hubiera sacado a patadas, no obstante, me propuse ver a Javier a como dé lugar. Tuve la brillante idea de pasar por la clínica Independencia y entrar. Subí hasta el piso de maternidad con la esperanza de encontrarme con él y cuando llegué a la habitación cuyo cartel decía «Bienvenido Kevin», la envidia se apoderó completamente de mi ser. Ella tenía algo que yo no. Y no era que la envidiaba por tener un hijo, la envidiaba por tener un hijo de él. Eso me enfurecía. Me marché inmediatamente y seguí dando vueltas con la bici hasta que decidí volver a pasar con la esperanza de encontrarlo afuera. Y lo encontré. Charlamos un rato hasta que me di cuenta de que se quería ir a su casa. No se lo permití. Lo busqué tanto que terminó cediendo y esa noche la pasó conmigo. Tuvimos sexo casi toda la noche, sexo duro. Últimamente había agarrado la manía de dar nalgadas que a veces eran demasiado fuertes, o meterme cosas, pero me las aguantaba. Gritaba como si eso que hacía, fuera lo más excitante y placentero del mundo. El sexo era en el único momento en el que me sentía con poder sobre él. Era su puta, como él me decía. Yo le daba lo que nadie y por eso me sentía poderosa, pero no era suficiente para mí.

Conmigo no quería tener hijos, no quería compartir su vida, no me llevaba a su casa, sus padres no me conocían personalmente y la mayoría del tiempo me sentía fuera de su vida. Las pocas veces que nos veíamos era sólo para cojer y ni siquiera me satisfacía. Terminaba simulando un orgasmo que no tenía y me había convertido en la mejor fingiendo orgasmos. Me daba bronca que no se diera cuenta. Hacía un año y medio que estábamos juntos y él no me conocía. Pantera podía decirme absolutamente todo de mí con sólo mirarme y Javier ni siquiera podía diferenciar un orgasmo real de uno fingido.

Todas las semanas peleábamos por algo y terminábamos arreglándonos a los tres o cuatro días cuando me pedía que le tuviera paciencia, que estaba nervioso por el nacimiento de su hijo, que Nancy lo volvía loco y bla, bla, bla. Pero cuando me decía «Nadia, yo te amo» cambiaba mi mundo. ¿Soy una estúpida? Sí, lo soy. Todos los días me preguntaba ¿qué hago con este pibe? Todos los días trataba de juntar fuerzas para dejarlo, pero no podía. No puedo. Si me alejo me falta el aire, me siento a la deriva. Había llegado a depender tanto de él que la vida no significaba nada si no formaba parte de ella. Lo que me daba me alcanzaba. Pienso que todo mejorará cuando Kevin crezca y Nancy no dependa tanto de él para mantenerse. Según Javier, ella no puede trabajar porque es un bebé y la necesita. Lamentablemente en eso no me puedo meter.

Las veces que nos peleábamos ahí estaba Pantera para mí. Al principio no quería, me negaba, pero un día Nati me dijo «estás peleada, no es engaño» y finalmente cedí. ¡Con él sí que la pasaba bien! Era tan dulce, tan delicado, tan suave para tocarme que me estremecía completamente la piel. Me decía palabras bonitas todo el tiempo y no me pedía nada a cambio. Se conformaba con darme eso que Javier hacía tiempo no me daba. Cuando me arreglaba con mi novio volvíamos a nuestra relación de amistad.

Lo malo de todo esto es que me estaba convirtiendo en esa persona que Pantera dijo que sería. Vivo de mal humor todo el tiempo, me alejé un poco de mis amistades y mi vida gira en torno a Javier. Maldito Javier ¿qué mierda me hiciste? ¿Por qué no puedo dejarte? Las peleas con mi mamá volvieron y desde que conseguí trabajo no hago más que ahorrar porque en cualquier momento me echa de casa otra vez. Dejé la universidad porque mi nerviosismo no me dejaba estudiar. Más adelante retomaré, o tal vez estudie otra cosa, no sé.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora