Capítulo 1

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—Te juro Nati, es el pibe más lindo que vi en toda mi vida, de verdad que ahora no exagero.

—Ay Nadia, tus gustos son horribles así que no te creo. Sos una chica linda no entiendo por qué te gustan los tipos tan feos.

Ella me conoce bien. Natasha es mi amiga desde que tenemos quince años y no siempre nos llevamos bien, pero aprendió a quererme y soportarme. ¿Ya dije que tengo un carácter bastante especial? Bueno, ella es la antítesis total. Simpática, agradable, súper dada con la gente, líder natural y preciosa. A ella sí que la genética la había favorecido, de todos modos, no se la creía tanto, más bien era consciente de sus atributos y estaba contenta con ello, nada más. Me encanta venir a verla porque me levanta mucho el ánimo, su familia me hace sentir cómoda y su mamá es lo más. Estos días la visito muy seguido porque, como estoy de vacaciones, tengo tiempo para vagar. Ponemos música y bailamos mientras ella hace sus cosas y yo a veces la miro, a veces la ayudo.

—¡Ya sé! Te voy a mostrar a quien se parece para que veas que está bueno. Mirá —le muestro una revista—: es igual a éste, a Alejandro Fernández.

¡Es idéntico! Por lo menos para mí, seguramente cuando ella lo conozca me dirá que estoy loca, que no tiene ni el pelo parecido y que vaya urgente a ver un oculista. Pero juro que es igualito a ese cantante. ¿Qué estoy pensando por favor? ¿cuándo ella lo conozca? ¿acaso yo lo conoceré alguna vez? Sí, lo voy a conocer, como que me llamo Nadia que por lo menos voy a intentar hablarle o algo. No me puedo quedar con las ganas, no me puedo quedar con el "qué hubiera pasado si...". Además, ya tengo diecisiete años y es hora de que vaya saliendo a la vida si quiero irme de mi casa pronto. ¿Quiero irme de mi casa pronto? Demasiadas preguntas para responder y yo aquí, sin saber lo que quiero de mi vida. En realidad, una cosa sé: quiero estar con él.

—Me tenés que acompañar a verlo, tenemos que ir antes que mi vieja vuelva del laburo —le supliqué—. ¡Por favor! Acompañame sé buena, ¿sí?

—Mmm, está bien. Mañana vamos—me dedica su mejor sonrisa.

Estamos por bajar del tren y un dolor extraño en el estómago me paraliza. ¿Y si no está?, ¿y si no le gusto? O peor: ¿y si le gusta Nati? ¡Nadia basta! Sabes perfectamente que esa mirada era para vos. Lo era, pero el miedo se apodera de mí, mi corazón late desbocado y otra vez se me eriza la piel. No creo que pueda hablar con él, no tengo valor, no tengo voz. A medida que me voy acercando me cuesta más respirar. Nota mental: ser menos tarada.

—¿Qué hacemos?, ¿vamos directo a su sector o damos vueltas por el local?

—No sé, mejor compremos algo así no quedamos como que vinimos a propósito —no puedo dejar de mover las manos.

—Pero vinimos para que le hables, además, no tenemos plata, ¿qué vamos a comprar?

—¿Cuánta plata tenés? Juntemos lo que tengamos y, de última, compramos, aunque sea unas galletitas. O mejor... no sé, ¿una manzana?

—Bueno, entremos y vayamos directo a la verdulería, hagamos de cuenta que vinimos para comprar algo y de paso vemos los precios. Yo me quedo mirando las frutas y vos mientras hablás con él, ¿dale?

Nati es la mejor haciendo planes, lo que ella no tiene en cuenta es que mi cerebro se tomó licencia y no estoy logrando que mis neuronas hagan sinapsis.

Entramos y hacemos lo que planeamos. Por no prestar atención me choco con alguien que caminaba muy apurado. Cuando levanto la vista lo veo. Los pies no me responden, las piernas me tiemblan y mi corazón, que ya estaba alborotado, empieza a latir sin control. Una hermosa sensación recorre vertiginosamente todas mis terminaciones nerviosas. Si las sonrisas mataran yo estaría muerta y enterrada.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora