Capítulo 37

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Llego a casa después de tomar el tren y un colectivo, casi a las once de la noche.

La pensión donde vivo queda en Barracas a ocho cuadras de Constitución, un barrio que, de noche, es mejor evitar si no querés terminar muerta o violada. Las calles sucias y pobladas de gente de dudosa procedencia son su característica. Más de una vez me han ofrecido dinero por sexo, me han preguntado dónde comprar drogas, así como también me han ofrecido consumir y venderlas. Cada vez que llego tan tarde mi corazón se detiene hasta que logro ingresar. Muchas veces he escuchado gritos provenientes de los hospitales Borda y Moyano, ambos psiquiátricos, que se encuentran a pocas cuadras. No veía la hora de irme de ese lugar, era espantoso y lo peor es que si llegaba después de las diez de la noche, el encargado no abría la puerta.

Después de tocar el timbre como loca y rezarles a todos los santos el encargado finalmente me abrió no sin antes dedicarme una mirada de desaprobación. Me duché y luego me acosté. Medité un momento lo que hoy sucedió. Un hombre como Federico no podía estar solo, era más que obvio que estaría en pareja, sin embargo, no lo veía venir. No puedo tener nada con él, no me siento cómoda. Siento mucho remordimiento por su familia, por su hija, siendo tan pequeña.

Por otro lado, me da bronca porque los hombres se comportan siempre de la misma manera, no son capaces de afrontar las adversidades, de poner los huevos sobre la mesa y tomar las decisiones que hagan falta. No, ellos optan por la salida más fácil: engañar.

Finalmente decidí que no es mi culpa. Yo tengo las cosas claras y sé que no quiero nada con él, no quiero que se divorcie y se case conmigo. Ya tengo suficientes problemas con Javier como para meterme en otro peor y se lo dejé en claro. Si pasa algo entre nosotros será porque la situación nos lleve por ese camino, no voy a forzar nada porque, en definitiva, preferiría no involucrarme con Fede para luego no tener que cargar con el remordimiento.

El sueño me venció por completo y a los pocos segundos quedé profundamente dormida.

Escucho que suena mi móvil mientras lucho por abrir los ojos. Estoy viviendo en un estado de estrés constante que me provoca sueño. Por más que duerma catorce horas no me alcanza, no descanso correctamente y empieza a afectarme en el humor.

Miro la pantalla: Javier.

-¿Qué querés? -¿ya dije que estoy de mal humor?

-Muñeca, por favor no cortes.

-No voy a cortar. Hablá -no tengo todo el día para escucharlo, la verdad es que lo que hizo me enojó muchísimo. ¿Cómo va a decirme Nancy? Los celos invaden absolutamente todo mi ser carcomiéndome por dentro sin piedad.

-Por favor perdóname -su voz se quiebra-, ya no sé cómo pedirte perdón.

-Ponete en mi lugar -me levanto de la cama y me dirijo al baño-: ¿Qué harías si yo te digo... no sé... Pablo, por ejemplo?

-Tenés razón, no digo lo contrario, pero ya te expliqué.

-Sí, sí -mi sarcasmo es muy notorio-. «Es la costumbre» me dijiste, no sé qué es peor...

-Ya, muñeca -suplica-. No quiero seguir peleando.

Lo cierto es que la última semana volvimos a discutir por cualquier cosa. Habíamos quedado en tratar de resolver nuestros conflictos, pero parece más difícil de lo que creía. Como siempre, termino cediendo total ¿qué le hace una raya más al tigre?

-Está bien, Javier -suspiro de cansancio-. Te perdono.

-¡Ay mi amor! -susurra-. No sé qué hice para merecerte.

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora