Capítulo 15

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Ha pasado casi una semana y el dolor no se va. El clima se puso de acuerdo con mi estado de ánimo: todos los días eran grises, fríos, aburridos. A la única persona que le conté lo que pasó fue a Sabri, Marce, por su parte, no me cuestionó para nada. Con su mirada de compadecimiento me decía todo, seguramente ella le contó, pero no me importa. Termina la clase y yo sigo sentada en el banco.

—Na... terminó la clase, ¿vamos? —Sabri utiliza el tono más suave que haya tenido jamás, coloca una mano en mi hombro y me observa triste—. Me mata verte así, tenés que hablar con él, aunque sea para terminar todo.

No articulo palabra, solo me limito a levantarme para marcharme a mi casa.

Estoy por llegar, pero cambio el rumbo y voy a lo de Nati, un poco de alegría no me vendría mal.

—¿Qué pasó? —pregunta cuando ve mi expresión— Javier llamó.

La tristeza vuelve a mí y mis lágrimas se derraman nuevamente. Nati me toma en sus brazos y acaricia mi cabello mientras apoyo mi cabeza en su hombro.

—Ya... cálmate, todo va a estar bien —susurra.

—¿Cómo? —tengo la voz completamente quebrada.

—No sé... Solo sé que todo va a estar bien.

Me siento en la cocina mientras Cristina me prepara un té, lo coloca frente a mí y ambas se sientan a mi lado.

Les cuento todo con la mayor entereza posible y espero sus respuestas.

—Perdóname que te hable así, Nadia: ¡es un forro!

—¡Mamá!

—Tiene razón Nati, es un forro. Pero no lloro por lo que hizo, lloro porque lo voy a perdonar.

Cristina cierra los ojos y cuando los abre descubro que me comprende, no me juzga. Dios, lo que daría porque mi madre fuera así.

—No sé si es un forro —coloca una mano en su mentón y frunce los labios—. Hay que analizar las cosas, todo tiene su lógica.

—Ya lo hice, tiene lógica, igual me siento terrible. Me siento un poco defraudada, pienso que tal vez pude haber hecho algo para impedirlo y no lo hice.

—¿Estás loca? —Nati está ligeramente enfadada—. ¿Qué podrías haber hecho? ¡Nada!

—¿Sabés lo que tenés que hacer? —prende un cigarrillo y me señala con el dedo—. Úsalo, úsalo y cuando te canses lo tirás como basura.

—No escuches a mi mamá, está loca —se tapa los ojos con las manos.

—No es mala idea —digo con una leve sonrisa—. ¿Me regalas uno, Cristina?

Nunca fumé, pero siempre me agradó el aroma. Nati me reprende y no le hago caso, tal vez el calor del humo entibie mi frío cuerpo. Doy una gran bocanada y me ahogo, toso porque el humo quema mi garganta, pero no me doy por vencida. Ese dolor es más leve que el que siento, tal vez pueda tapar el dolor de mi alma con un dolor físico. Una vez más inspiro el humo cancerígeno y ya no quema tanto, para cuando termino el cigarrillo me percibo mejor, una rara sensación de placer corre por mis venas y me siento estúpidamente bien.

—No hagas eso, Nadia. Si tu mamá te huele te mata.

—Mi mamá es el peor de lo males en este momento.

De pronto recuerdo lo que me dijo cuando llegué: «Javier llamó».

—¿Cuándo llamó?, ¿para qué llamó?, ¿qué te dijo?

Desilusión ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora