7.

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Todos los días se me hacían iguales, visitas, palabras sentimentales y la esperanza de mi madre al que yo tuviera señales de estar recuperándome, pero no era así.

Me encontraba sentada en un sillón cerca de mi cama, las flores que me había regalado mi padre estaban marchitadas. Estaba dormida desde hace ya dos meses, y desaparecida ya medio año.

Medio año sin ver a mi madre, mi padre, o mi hermana como se es debido.

La puerta se abrió de repente, no quise voltear, generalmente venían personas de la preparatoria, maestros o conocidos, inclusive gente hipócrita, mi atención solo estaba en aquellas flores.

—Alissa...

Me quedé estática en mi lugar, giré hacia la puerta, esa voz la reconocía a la perfección, un poco más grave, pero el tono dulce que empleó para decir mi nombre era lo que aclaraba quien era. En el marco se encontraba Nathan, mi mejor amigo...

—Me enteré de tu situación, tome el primer vuelo de Francia hasta aquí —sacudió la cabeza—. Sé que puedes escucharme, o eso espero. —Se acercó para tomar mi mano—. Estoy contigo...

Nathan se había ido a estudiar a Francia hace más de tres años, no quería irse, pero le dije que era la oportunidad de cumplir sus sueños, ingresó a una preparatoria de allá, le habían dado una beca de excelencia, todo lo que necesitaba, departamento, comodidad... Jamás tuvo problemas económicos por eso. El día de nuestra despedida fue el día más difícil de toda mi vida, desde entonces me había quedado sola.

Sin amigos.

Me acerqué hasta él para tomar su mano, pero no me sintió, él solo miraba mi rostro pálido y las cicatrices que habían quedado ya como una marca difícil de eliminar.

—No regresaré Alissa. Me quedaré aquí, en Atlanta.

—No, ¿tu universidad en Francia que? —pregunté nerviosa.

—Quiero verte despertar, y... —fijó aún más su mirada en mí, se volvió triste y a la vez llena de ira—, encontraré a ese desgraciado, lo haré por ti, regresarás, yo lo sé.

Negué con la cabeza lentamente.

—No te metas en algo así Nathan. —Me puse frente a él—. Mírame por favor, ese hombre es peligroso —pasó de mi para ir a mi cuerpo y acariciar mi mejilla.

—Te lo prometo.

—¡No! —grité en vano—. Es... es peligroso, él lo es —empezó a caminar a la puerta—. ¡Nathan por favor no!

Sonrió débilmente para darme una última mirada.

—Hace tres años fui demasiado cobarde como para no decirte que te amo —quedé estática—. Aquel día te perdí —agachó la mirada—, no pienso perderte otra vez.

Cerró la puerta dejándome con lágrimas en los ojos.

Apreté los puños cayendo de rodillas al suelo.

Nathan...

En el comaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora