8.

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Había estado horas caminando de un lado a otro preocupada por lo que me había dicho Nathan, se veía decidido, y conociéndolo no descansaría hasta lograrlo. Tenía que defenderlo de alguna manera.

Me detuve al instante mirando hacia la puerta. ¿Podía hacerlo? ¿Tendría el valor?

Caminé decidida hacia ella y la atravesé sin pensarlo ni un segundo más. Era de noche, el pasillo se veía vacío, algo oscuro y aterrador.

Era prácticamente un fantasma, nadie podía verme, pero eso no significaba de cualquier manera no podría ayudar.

Mi puerta se encontraba cerrada, me asustaba la idea de poder atravesar las cosas.

Corrí sin rumbo alguno, no tenía los planos del hospital, ni alguna idea de donde me encontraba.

Hasta que vi una enfermera a lo lejos caminar y tomar el ascensor. Caminé hacia el ascensor y me subí junto con la señora.

Ella se veía tranquila, cargaba lo que parecía un diagnóstico en sus manos. Suspiró y un poco angustiada miró en todas direcciones a pesar de que estaba en un lugar apretado.

El ascensor abrió sus puertas, ambas salimos y me di cuenta que estaba ya por fin en el primer piso.

¿Iba a salir del hospital?

—¿Cómo que no puedo verla?

—Lo siento joven, no se permiten visitas a estas horas.

Giré hacia Nathan. Estaba discutiendo con la recepcionista.

—Gracias, de todas formas —contestó resignado.

Caminó hacia la puerta, yo lo seguí cerca, tenía que hacer que no buscará respuestas.

—Buenas noches—Le dijo Nathan a un señor que pasaba.

—¿Hermosa la noche, no? —Le respondió.

Nathan era siempre muy amable, generalmente cuando conocía a alguien un poco iba a saludarlo, era muy cortés.

—¿Familia enferma? —preguntó Nathan sacando un tema de conversación.

Me crucé de brazos impaciente.

—Mi sobrina —contestó secamente—. Ha quedado en coma.

—Espero se recupere —respondió.

—Yo también. —Le dijo más animado.

El señor tenía lentes. ¿Se podía entrar con lentes al hospital?

Alzó sus manos y se los quitó dejando al descubierto más su rostro.

Retrocedí al instante.

No... no...

Mi corazón se aceleró con cada recuerdo que venía de él a mi mente.

Él tocándome, besándome, atándome, azotándome, golpeándome...

La recepcionista miró algo en su pantalla y abrió los ojos ampliamente.

Se acercó a un micrófono y habló por el.

—Asistencia médica en la habitación 540, piso D.

Era la mía.

—Me retiro, ya es noche y dudo mucho que pueda ver a su sobrina a estas horas —dijo Nathan ajeno a lo dicho por la enfermera.

—Tiene razón, tal vez regrese mañana por la mañana —contestó tranquilo.

¿Cómo rayos podía estar tranquilo? ¿Cómo podía si quiera dormir sabiendo que le arruinó la vida a una chica con una vida normal?

Era un ser repugnante, merecía morirse. Él debería estar en esa camilla... no yo.

Mi secuestrador se retiró y Nathan igual.

En el fondo sabía que me estaba dando otro ataque cardiorrespiratorio, no era necesario estar en la habitación para descifrarlo.

Sentía algo en mi pecho, eran las descargas que le daban a mi cuerpo.

—Pagarás... —susurré a la nada—. Haré que te pudras en la cárcel.

Lo vi subirse a su carro cómodamente.

—Ya lo verás...

En el comaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora