Confesiones

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Omashu estaba más lejos de lo que pensaban, por lo que no tomaron ningún descanso. Creían que no tardarían más de unas horas en llegar, pero pareció ser que pasó una eternidad, lo que terminó cansando al pobre animal que los cargaba.

Appa de improviso se arrojó con poca prudencia hacia el suelo, provocando que todos despertaran de su embobamiento para ponerse alerta, tomando las debidas precauciones. Aun así, salieron volando apenas el animal tocó tierra, durmiendo ruidosamente. Kate soltó un suspiro antes de aproximarse a sacarse la montura para que así pudiera descansar mejor.

Los chicos sacaron rápidamente las cosas de la silla para así instalarse alrededor de una improvisada fogata hecha por Soka minutos después de llegar. Lamentablemente, el chico no lograba encenderla por ningún medio, incluso tratando de usar una vieja rama que había encontrado por ahí, la cual terminó rompiéndose. Soka bufó. —Esto es imposible —soltó con enojo las dos partes rotas al resto de madera seca—. Supongo que esta noche la pasaremos con frío.

—Dejame encenderlas —Kate se acercó a la madera e inhaló una cantidad prudente de aire, calentándola en su interior para luego sacarla de su cuerpo en forma de fuego. Inmediatamente la madera encendió, sorprendiendo a los chicos. —¡Eso fue increíble! ¿Desde cuándo puedes hacer eso?

Kate se giró hacia Katara quien la miraba expectante. Ella negó con la cabeza. —No recuerdo muy bien, pero fue hace unos años. La primera vez que recuerdo usarla fue cuando fui atacada por gente de una tribu del reino tierra. Intentaron aprovecharse de mí y de mi hermana. Creo que fue un método de defensa bastante efectivo.

—¿Por qué no le enseñas a Aang? —sugirió Katara con una sonrisa, acercándose al chico—. Estoy segura que le servirá bastante.

Kate negó mientras observaba las brillantes llamas danzar con felicidad. —Ya he intentado enseñarlo antes, pero nunca ha funcionado. Pareciera que simplemente no pueden.

—Pero Aang es el Avatar —continuó insistiendo la chica—. Yo creo que podrá hacerlo...

—No creo que sea por eso —la interrumpió Kate, alejándose del fuego—, pero si Aang quiere intentar, no tengo ningún problema en enseñarle.

La chica se distanció del grupo, caminando hacia un pequeño río cerca del lugar donde descendieron. La noche comenzaba a caer y el frío aumentaba, por lo que no era buena idea permanecer mucho más tiempo de pie. La morena miró a su alrededor, notando que no habían árboles ni arbustos ni nada que pudiera quemarse con el fuego, en especial ahora que iban a "practicar".

Kate comenzó a jugar con el agua mientras esperaba a Aang con poco entusiasmo. —¿Por qué querer comenzar por algo tan peligroso? —se preguntó la joven, moviendo con más energía el agua. Bajó la voz y comenzó a murmurar para sí—. Aunque sería bueno para mí que muriera por un fallo mientras practica.

Agitó su cabeza, tratando de eliminar esos pensamientos. —No puedo ser tan cruel... Es solo un niño —alzó la mano, elevando consigo una gran esfera de agua. Sonrió para sus adentros—. Algo de veneno estaría bien.

—Perdón por la tardanza —la chica soltó el agua al escuchar la voz de Aang saliendo de entre unos arbustos, provocando que esta generara lodo que terminó por manchar todo su cuerpo.

—Demonios —maldijo por lo bajo Kate, tratando de limpiarse. Por unos minutos le asustó el hecho de que pudo haberla escuchado, pero le restó importancia. De repente oyó una suave, aniñada y dulce risa que la sorprendió—. ¿Qué es tan divertido, Aang?

Él se acercó a Kate y, con el borde de su manga, le limpió unas manchas que había llegado a caerle en el rostro, enseñando una enorme y sincera sonrisa y, por unos momentos, Kate se sintió culpable. —Estás completamente manchada con lodo que tú misma lanzaste.

El Secreto AvatarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora