Por el bien del grupo

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Me bajé de la embarcación en un pequeño pueblo algo lejos de donde estaba. No era un pueblo conocido ni mucho menos aparecía en el mapa, pero lo descubrí al tener que atravesar por él para seguir mi camino para encontrar a los chicos.

La noche ya había caído cuando dejé el puerto para adentrarme en la ciudad, pero aún habían algunas personas fuera de sus hogares colocando enormes pedazos de madera en las ventanas. Extraño, pero no decidí preguntar, si no evitar las miradas curiosas de los lugareños. Comencé a avanzar más rápido para así entrar a un bosque para así cruzarlo y seguir mi camino hacia la capital de la nación.

Por alguna extraña razón comencé a sentir cómo una mirada estaba fija en mí, mientras unos pasos lejanos eran percibidos ligeramente por mi oído. Alguien estaba detrás mío y pareciera no tener intención de detenerse. Decidí ignorarlo, no sentía que fuera una amenaza por la forma en la que su pie cojeaba al caminar. Suspiré, subiendo el gorro de mi capucha.

De repente, a lo lejos vi una luz anaranjada que llamó instantáneamente mi atención. ¿Será la bahía? ¿Cómo era posible que hubiera terminado el bosque tan rápido? No llevaba ni cinco minutos caminando. Apresuré el paso curiosa por saber qué había ahí que me atraía tanto, ignorando el hecho que las pisadas detrás mío comenzaron a aumentar de velocidad. La luz se hacía cada vez más y más intensa y, cuando llegué a mi destino, fue una gran sorpresa lo que me encontré.

—Hola chicos, ¿Qué hacen aquí? —pregunté al ver a Aang, Soka, Katara y Toph sentados en torno a una fogata iniciada hacía ya tiempo. Fruncí el ceño al escucharlos gritar por mi aparición—. ¿Sucedió algo?

—Esa debería ser nuestra pregunta, Kate —dijo Soka, soltando a su hermana para encaminarse hacia mí—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo supiste cómo encontrarnos?

Me encogí de hombros, restándole importancia para luego tomar asiento cerca de Toph. —Fue cosa de suerte. Lo principal aquí es que los encontré antes de que fuera el eclipse.

—¿Y qué tal todo con el maestro? —preguntó Aang, sonriendo desde al frente mientras trataba de verme a través de las llamas del fuego—. ¿Aprendiste algo de ti?

"No soy hija de mis padres" recordé, como si ese no ha sido mi pensamiento a lo largo de los últimos días. Pasé noches enteras sin dormir en el castillo de Piandao tratando de unir cabos, pero pareciera que ni siquiera ahora puedo hacerlo. Suspiré, dispuesta a hablar. —Pues...

—Qué extraño es ver un grupo de jóvenes aquí en medio del bosque... —una anciana apareció por detrás mío, sorprendiendo a todos los presentes nuevamente, incluyéndome. Sabía que alguien me perseguía, pero lo había olvidado por completo—. Lamento haberlos asustado. Mi nombre es Hama y soy dueña de una posada no muy lejos de aquí, ¿por qué no van a descansar en tibias camas y toman algo de té? Les vendría bien.

Fruncí el ceño mientras bajaba la mirada. Algo en ella no me traía buena espina y pareciera que a los otros chicos tampoco pero, por alguna razón, aceptaron la invitación de la anciana. No levanté la vista en ningún momento camino a la cabaña de esta, pero tampoco era como si tuviera mucho que decir o hacer. Algo estaba mal.

Apenas llegamos Hama nos llevó al comedor, explicándonos un poco la historia de la ciudad y de cómo la gente iba desapareciendo lentamente. Tal dato no me preocupó ni en lo más mínimo; eso de no estar de un día para el otro no era el problema, si no el hecho de no saber quién o qué era la fuente de esas desapariciones.

Inundada en mis pensamientos, ignoré el tema de conversación tan mundano que tenían minutos antes de obligarnos a ir a conocer nuestras habitaciones, separadas ligeramente por un pasillo crujiente de madera podrida y con enormes camas matrimoniales en cada una de ellas, con una sosa y simple decoración.

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