El Día del Sol Negro

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Formados en filas se veían mucho más de los que Kate había creído. Soldados de la tribu de agua y del reino tierra aguardaban fervientes el discurso que estaba por proclamar Sokka, donde detallaría perfectamente su plan. Y, aún cuando este tuvo varios problemas para hacerlo, en la mente de Kate solo había una cosa que la preocupaba sobre la invasión: tenía que sacrificarse por sus recuerdos sin que nada malo le pase a Aang. —Podría escabullirme en el castillo... —dijo en un murmullo para sí misma, analizando la situación. Recordaba vagamente donde iniciaban los pasadizos secretos del castillo y podría recorrerlos para llegar a la alcoba real, pero el problema difícil sería alejarse del chico que no despegaba su mirada ni un segundo de ella.

Una fuerte ovación con gritos de euforia la sacaron de sus pensamientos, obligándola a levantar la vista para entender qué sucedía. —Es momento de prepararnos Kate —dijo Katara a su par, levantando a la morena del suelo—. ¡Por fin acabaremos con toda esta pesadilla!

Kate la miró descolocada. Era la hora. Tragó saliva con dificultad y acompañó a su amiga a prepararse, tratando de concentrarse en su tarea. —Tu objetivo es recuperar tu memoria —se dijo, soltando un suspiro—. Mientras más rápido lo hagas, mejor.

Se asomó a la orilla del mar y miró su reflejo, notando la cicatriz cada vez más y más. Con esos recuerdos de una Kate que no era ella, donde su cara no tenía ninguna marca y emanaba vitalidad, notaba que algo faltaba en ella, algo fallaba. Recordó que en sus visiones era distinta. —Creo que es tiempo de volver... —y como una niña le pide un dulce a su mamá, Kate se acercó a Katara pidiendo un pequeño favor.

Los barcos fueron rápidamente cargados y se dieron a la tarea de dirigirse a la capital de la nación del fuego. Nervios y adrenalina recorría el entorno de las embarcaciones, todas cargadas hasta su máxima capacidad de personas capaces de dominar o el agua o la tierra. Kate se movió nerviosa. Se sentía inútil entre tanta gente. —¿Dónde está Aang? —se animó a preguntarle a Toph, la cual no se veía con muy buena salud.

—Debe estar en la otra nave con Katara, quien sabe —dijo, tratando de recobrar la compostura y el color de su piel. La morena decidió dejarla y comenzó a afilar sus cuchillos, cosa que hacía cada vez que estaba nerviosa.

—Eh, Kate —la chica se volteó al escuchar a Haru llamarla. No dejó de jugar con los cuchillos, concentrándose más en el sonido que producían estos que en lo que hablaba el chico—. Quiero decirte que en verdad me hubiera gustado conocerte en otro momento y no en medio de una guerra —se rascó la cabeza, sin saber cómo continuar—. Pero creo que, si salimos de esta, tal vez podría invitarte a salir o algo parecido, ¿qué opinas?

Kate frunció el ceño y detuvo el movimiento de sus manos. Abrió su boca para luego cerrarla. No se sentía muy cómoda con la situación. No era momento para pensar en una cita, ni en amor. Además, la prioridad de ella era otra. —Haru...

—¡Todos bajen a los submarinos! ¡Deprisa! —fue empujada al interior de la nave, donde un pequeño compartimiento escondido debajo del piso los llevaba a unas enormes máquinas metálicas que se movían gracias a la ayuda de maestros agua.

Sentía que se ahogaba ahí abajo, no le gustaban los espacios cerrados y comenzaba a estresarse. Su pulso se aceleró y corrió en busca de alguien que le diera apoyo. Alguien que pudiera tranquilizarla, pero no encontró a nadie. Volvió a sacar sus cuchillos y volvió a jugar con ellos, afilándolos entre ellos. El tiempo pasaba y estaba ansiosa por salir a la superficie. No le gustaba para nada eso. —Kate

La morena alzó la vista esperando ver a Aang, pero Haru volvió a hacer su aparición. Resignada, guardó los cuchillos y se levantó del piso donde estaba sentada, tratando de pasar los nervios. —¿Qué ocurre?

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