Secretos tras los muros de Omashu (Parte 2)

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Kate se pasó varios minutos buscando la celda de su amigo, pero mientras más pasaba el tiempo, mayor era la incertidumbre y la duda de que, posiblemente, no esté ahí. No creía que fuera capaz de encontrarlo, pero no pensaba en perder la esperanza a ese punto.

—¡¿Pero qué rayos pasó aquí?! —de la escalera por la cual había llegado la chica, la voz grave de un hombre retumbó por las paredes de las mazmorras, indicando que ya no tenía tiempo para buscar al rey Bumi.

Kate miró a su alrededor, buscando una salida, pero no fue capaz de encontrar ninguna. Comenzó a entrar en pánico. Si eran más de los que ella podía manejar, las cosas se pondrían feas. Era fuerte, sí, pero no invencible. Aún seguía siendo una simple chica. —¡Alto ahí! —exclamó uno de los soldados al verla, levantando los puños en su dirección—. ¡Identifícate!

La morena levantó ambos brazos sobre su cabeza, como si estuviera rindiéndose. Giró lentamente para enfrentarlos cuando su vista se encontró con una gran sorpresa: entre ellos estaba Bumi, encerrado en un gran ataúd de metal, dejando solamente su rostro al descubierto. —¿Yo? —preguntó la chica sin apartar la mirada del hombre. Sonrió ligeramente, burlándose de la situación—. Es una buena pregunta.

Kate arrojó una ráfaga de fuego por sus pulmones con fuerza, logrando dar vuelta el ataúd y arrojar por los aires a los soldados de la nación del fuego. Corrió en su dirección y, golpeando a los hombres en los lugares indicados, los noqueó. Cuando sintió que el peligro había pasado —o por lo menos momentáneamente— Kate fue a encarar a su viejo, enojada. —¿Cómo es posible que te hayas rendido así, sin más?

—A veces lo mejor es esperar, Kate —dijo tranquilamente el hombre, enseñando una gran sonrisa—. Y no actuar por impulso.

La chica rodeó los ojos, molesta .— Entiendo tus indirectas pero, ¿ahora que vamos hacer? No puedo permitir ver así a tu ciudad...

—Nuestra ciudad —le corrigió con esa tonta sonrisa suya—. Además, a mí no me toca actuar todavía. Es tu turno como el Avatar y miembro del loto blanco.

Kate soltó un suspiro, sosteniendo su cabeza con fuerza. —Lo sé, pero no estoy segura de qué es lo que tengo que hacer —se sentó en el suelo, bufando—. No estoy segura si lo estoy haciendo bien o no. La gente habla, y no son cosas buenas sobre mí. ¿Qué tengo que hacer si mi camino no está dibujado ya? ¿Improvisar?

—No todo lo que dice la gente es verdad, Kate —Bumi dejó de lado la sonrisa burlona para mostrarle una mirada más amable y paternal, como la que ella acordaba verle a su padre años atrás. Bumi prosiguió—. Muchos hablan simplemente para darle una razón a lo ya razonable, cuando en realidad tratan de ocultar su falta de fé en lo que creen y, cuando hacen eso, realmente se están perdiendo a ellos como personas. Siempre tienes que ser fiel a ti misma. Si sabes quién eres y qué es lo que quieres, nadie podrá contra ti.

Kate miró sus dedos, triste. —Sé perfectamente quién soy y qué quiero, pero no sé qué soy, Bumi —ella se levantó, resignada—. Conocí a Aang, el avatar —de repente, los ojos de la chica se llenaron de lágrimas de impotencia y confusión, las cuales buscaban respuestas—. ¡¿Cómo quieres que sepa qué soy cuando alguien que se supone que debería estar muerto también está por ahí diciendo que es el Avatar? ¡¿Quién es el error?! ¿Él o yo? Porque uno de nosotros no debería estar aquí y estoy segura de que soy yo.

—Kate, yo no tengo las respuestas a eso, pero tú y Aang sí —el viejo sonrió, deseando poder abrazar a la pequeña hija de su antiguo amigo—. Algún día la sabrás, pero ahora no es el momento. Tu cuerpo y espíritu lo saben mejor que nadie. Aférrate a lo que crees que eres y no a lo que los demás dicen que eres, y el día que te aceptes completamente será el día que tu espíritu decida decirte la verdad.

El Secreto AvatarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora