Ellos y yo

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—¿Estás segura que tenemos que irnos? —Max comenzó a empacar algunas cosas que quedaban sueltas para así subirlas a Peggy—. Pensaba que este era un lugar seguro.

—Ningún lugar es seguro desde que escapamos de la nación del fuego, ni siquiera la mansión del amigo de papá. —subí un último saco de dormir a la silla de montar de nuestro bisonte y la aseguré con fuerza al resto de las cosas. Suspiré del cansancio—. Dile a los chicos que salimos esta noche, por lo que no olviden empacar todo.

Max no dijo nada más. Se limitó a asentir y volver corriendo al campamento. Habíamos escondido a Peggy en una cueva, donde solemos dejarla para evitar llamar la atención. Aún espero el día en que podamos llevarla libremente volando sin tener la inquietud de ser confundida con el Avatar perdido. Ese niño de tatuajes que escapó hace cien años. Por lo que, mientras más inadvertidos pasemos, mejor será. —Ya llegará el día, Peggy. Solo... hay que esperar.

Salí de la cueva en dirección a un pequeño lago no muy lejos de mi ubicación actual. Habíamos elegido este lugar porque estaba bastante lejos de la civilización como para que nos encuentren, pero aún así no tan lejano como para poder conseguir algo de provisiones.

Cuando llegué a mi destino, miré a ambos lados, buscando una señal de vida y, al confirmar que no había nadie, comencé a quitarme la ropa. Una de las razones era para esto, darnos un baño después de una larga semana. Yo no pude tomarlo junto al resto de chicas, puesto que estaba haciendo guardia, pero ahora tenía tiempo.

Al quedar en ropa interior comencé a entrar lentamente al lago, sintiendo como el frío recorría mi cuerpo. Temblé pero no dejé de avanzar hasta que el agua llegaba un poco más abajo de mi pecho. No importó mojar la parte de abajo, puesto que podía sacar el agua de esta y quedar completamente igual que antes.

Comencé a frotar enérgicamente mis brazos con intención de limpiarlos lo antes posible para volver e irme de ahí. Con mis manos comencé a jugar levemente con la superficie del agua, relajándome lentamente.

De repente, escuché como unas ramas se rompían detrás de mí y por unos segundos no me preocupé, puesto que podían ser mis hermanos. El problema fue cuando noté que las voces eran unas que jamás había escuchado: más graves, más varoniles. Eran, sin duda alguna, adultos. Mi cuerpo se tensó.

—Hey —dijo uno de los hombres, llamando mi atención—. Hay una niña ahí.

—¿Quieres jugar con nosotros? —gritó uno de ellos mientras entraba al agua. Me alejé un poco más de la orilla—. No huyas. No te haremos daño.

Estaba nerviosa y algo asustada. Simplemente tenía doce años y nadie se me había insinuado así antes. Por unos segundos me sentí indefensa, como si todas mis posibles maneras de protegerme hayan desaparecido de mi cabeza y una era más que una chica de doce años a punto de ser atacada física y psicológicamente por soldados de la nación del fuego. Esos que tanto tiempo atrás habían prometido protegernos. Por primera vez temí por mi vida.

—No te acerques a ella —una voz desconocida llamó la atención de todos los presentes, los cuales buscábamos el origen de ese sonido. De repente, tres chicos no muchos años mayores que yo aparecieron entre los arbustos y en cuestión de segundos acabaron con los soldados, los cuales se fueron tan rápido como llegaron.

Aún en trance, un par de brazos me sacaron del agua para así dejarme a un lado de mi ropa. —¿Eres nueva por aquí? —preguntó uno de los chicos frente a mi rostro. Bastante cerca para mi gusto—. Todos saben que no deben acercarse por estos lados. Los soldados de la nación del fuego suelen pasear por aquí. Tienes suerte que nosotros también pasamos en esta dirección, si no serías chica frita.

El Secreto AvatarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora