Capítulo XXXIV

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¿Qué tan rápido pasa una semana? ¿O dos? ¿O un mes? Más rápido de lo que cualquiera es capaz de imaginar, más aún cuando las dos razones de tu vida lo pasan junto a ti, haciéndote saber que ese tiempo vivido no ha sido nunca tiempo perdido, que todo por lo que tuvieron que pasar había sabido valer la pena.

Un poco más de un mes había pasado desde el día que Gala había llegado al mundo, un mes que todo había sido color de rosas, bueno, mejor dicho, gran parte de este tiempo había sido color de rosas. La otra mitad estaba llena de estrés. Resulta ser que aquella pequeña castaña que había nacido aquel veinticuatro de mayo, no tenía ni un pelo de parecida con la beba que habían tenido Samuel y Guillermo durante sus cuatro días hospitalizados. Gala era todo menos lo tranquila y dócil que había parecido ser aquellos días. Todo empezó a los pocos días de volver a estar en casa, de volver a la rutina. Lloraba por cualquier cosa mínima, tenía serios problemas para dormirse –como no podía ser diferente de sus padres– y pedía comida en el momento más inoportuno. Más de una vez le había pasado a Guillermo de tener que irse al baño de donde sea que estuvieran para poder darle pecho a su hija y que se calme. Era tan parecida a Guillermo –en el carácter sobre todo– que asustaba.

De todas maneras y como todo, la pareja se iba acostumbrando a lo demandante de su hija, y con mucho esfuerzo, y sobre todo paciencia, pudieron implementar ese pequeño gran cambio a sus vidas.

Cuando uno grababa, el otro cuidaba a la beba y si la pequeña lo dejaba, podía editar. Así iban cambiando de tareas. En las noches, se las intercalaban. Los días de número par le tocaban siempre a Guillermo mientras que los de número impar les tocaban a Samuel. Ambos tenían exactamente la misma carga de responsabilidad por sobre la pequeña, que al final y dejando como resultado un Guillermo frustrado, fue registrada como Gala de Luque Díaz en el registro civil.

Les costó, pero poco a poco, y a paso lento pero firme, fueron adaptándose y sabiendo manejar las situaciones que el ser una familia suponían. Los cambios de pañales ya no eran malabares inexpertos, y habían aprendido a hacer más de dos cosas a la vez, eso considerando lo tranquilo de su vida anterior era mucho avance en poco tiempo.

Guillermo caminaba con Gala, que lloraba suavemente, aunque a punto de largarse a gritar, recostada sobre su hombro y hasta la cocina. La pequeña había crecido bastante en aquel tiempo, ya no pareciendo tan pequeña e indefensa, aunque para ambos adultos, lo seguiría siendo por un buen tiempo más. El morocho quitó el biberón de pecho ordeñado del tazón con agua caliente y, dejando caer una gota de aquella leche algo amarillenta en la cara interna de su muñeca, constató de que estaba en una buena temperatura. Acomodó en un movimiento bastante ágil y bien pensado a su hija, recostándola en su brazo derecho y poniendo el chupón del biberón en su boca, haciendo que se calle aunque a regañadientes. Gala detestaba bastante los biberones.

- Que carácter. - exclamó Guillermo sin levantar la voz, ya que A) a Gala no le agradan en demasía los sonidos muy fuertes, y B) su novio estaba grabando, y si él hablaba fuerte o Gala se ponía a llorar iba a tener que interrumpir la grabación.

Se sentó en el sofá color gris del living y apoyó a Gala con cuidado sobre sus piernas, dejando su cabecita apoyada en su antebrazo y ya de paso, con la misma mano tomando el biberón. Se había vuelto muy hábil desde el nacimiento de Gala. Con su diestra, que le había quedado libre, tomó su teléfono móvil y entró a Twitter, como ya se le hacía costumbre. Vio alguna que otra mención, revisó su página de inicio, nada muy diferente de lo que hacen todos, hasta que vio una foto suya, que él no había colgado en ningún lado –se veía en sobremanera la espontaneidad de la misma– y para peor, también estaba Gala. Si no se le cayó el teléfono de la mano, no sabe por qué fue.

Si mal no recordaba, aquello había sido unos quizás tres o cuatro días atrás, cuando había ido a hacer la compra. Su novio había tenido que salir a hacerse las gafas que ya estaba necesitando, y él tuvo que irse al supermercado con Gala, ya que no la podía dejar con nadie. La había puesto en una silla que hace las veces de canguro, el bebé queda sentado en esta, y el padre o la madre puede usar las manos a su antojo que el niño no se le va a caer.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora