Capitulo XXXII

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Cuando la plenitud invade el corazón, ya nada más importa, ya nada más tiene valor, ya nada externo se siente. Cuando el amor es lo único que hay, cuando la vida alcanza aquella cúspide que ansiamos, todo lo que hay luego es plenitud, es confianza. No hay mejor sensación que dejar ir todo aquel sentimiento malo, toda aquella molestia, dejarla ir como agua por un río. No hay circunstancia que no se pueda soportar, obstáculo que no se pueda quitar del camino. Hay solo emociones, que te hacen fuerte, que te hacen feliz.

Guillermo no podía definirse en un solo sentimiento, porque tenía tantos dentro que le era imposible siquiera distinguirlos. Las lágrimas comenzaron a saltarse de sus ojos inmediatamente oyó llorar a su pequeña, y todo aquel horroroso dolor que había tenido que pasar se esfumó, así como si nada.

Samuel también lloraba, tratando de aguantarse el sollozo pero sin dejar de poner una sonrisa en su rostro, jamás había sabido estar tan feliz. El alivio que ambos sentían era descomunal, se sentían completos, al fin eran una familia.

- Es una niña preciosa, felicidades. - las felicitaciones por parte de la doctora no se hicieron esperar, tampoco los suaves aplausos de todos aquellos que habían ido a presenciar el parto, que Guillermo no notó que estaban. Tan absortos, tan perdidos. Samuel besaba insistentemente la frente de su pequeño, susurrándole lo orgulloso que estaba de él, de la familia que hoy habían formado. Jamás en su vida se había sentido mejor, creía no poder estar más completo.

La doctora apoyó a la bebé encima del vientre ahora plano de Guillermo e inmediatamente sintió un apego con su hija que las palabras no eran capaces de describir. Gala lloraba con fuerza, marcando su carácter y presencia y haciendo reír suavemente a Guillermo, aunque ese llanto fuerte, con el pasar de los segundos, se fue convirtiendo en suaves gimoteos y quejas. Nada mejor que estar con sus padres.

Ambos la miraban embelesados, al fin y al cabo era aquello que habían esperado por tanto tiempo. Al fin eran padres. Las emociones afloraban como ríos en los cuerpos de ambos, quienes no podían dejar de ver a aquella pequeña de carácter fuerte se ve, ya que no paraba de gritar.

- Soy papá. - balbuceó Samuel; la mano de Guillermo entre las suyas y sus labios firmemente puestos en la frente de su pequeño.

- Somos papás. - corrigió Guillermo en un jadeo. A pesar de no sentirlo aún, el parto lo había dejado completamente de cama. Trató de tocar a su pequeña, extendiendo su mano y alcanzando a rozar parte de su cabecita cubierta por un suave pelo castaño, que aún no lo parecía gracias a todos los líquidos y fluidos propios del embarazo. Creía que no podía sentirse más completo, pues ahora lo estaba. - Hola Gala. - susurró con su voz en un tono muy suave, bajo la atenta mirada enternecida de todos los especialistas que había allí por las dudas. La ginecóloga ponía las pinzas en el cordón umbilical, para luego cortarlo y separar aquel vínculo que por nueve largos meses había tenido unidos a Guillermo y a Gala.

Samuel no se contuvo y besó los labios de su pequeño, abrazándolo con mucha suavidad y sintiendo el sabor salado de las lágrimas de ambos al mezclarse. No podían estar más felices, realmente no podían hacerlo.

- Gracias Chiqui. - susurros Samuel, pegando ambas frentes y mirando a su pareja abatida a los ojos. - Me has hecho el hombre más feliz del mundo. - Guillermo soltó un par de lagrimas más y agradeció aquellas palabras con un suave beso, que se vio interrumpido inmediatamente el menor sintió como quitaban a la pequeña de su abdomen. Era Ainara, la enfermera que lo había recibido en la puerta de emergencias. Guillermo la miró mal, como cualquier madre defendiendo a su cría. La beba como por arte de magia comenzó a llorar inmediatamente las manos ajenas la tomaron en brazos.

Historia de Vida - Wigetta MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora