|Capítulo XXII|

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¿Dónde está Karol?

Ruggero Pov.

Habían pasado 4 horas y nada que se aparecía Karol. Al llegar a la mansión, pensé que ella ya estaría allí, pero por lo visto, no pasó la noche en su habitación.

-Adolphe, ¿ya sabe algo de Karol? –cuestioné en la puerta de la mansión.

-No, mesieur. La señorita Karol no ha llegado aún –me responde con su compostura recta.

¿Dónde podrá estar?

¿Dónde habrá ido?

¿Estará sola?

¿Le habrá pasado algo...?

Decenas de preguntas comenzaron a invadir mi mente y me obligaban a no guardar la calma. Estaba muy preocupado. Si a ella le hubiera pasado algo, yo mismo no me lo perdonaría.

No debí dejar que se fuera ella sola, debí quedarme con ella y protegerla.

Tecleé su número y le marqué sin éxito; sonó la contestadora.

-No me responde al celular.

-Le recomiendo que espera que pasen 24 horas hasta llevarla a la policía como desaparecida –Me recomienda Adolphe al ver mi cara de pánico.

-¿24 horas? ¿Y si le sucede algo justo ahora? –Le cuestioné meciéndome de un lado al otro con frustración mostrándole que esa idea no serviría –debo ir a buscarla ya mismo –sentencié con la mirada perdida –deme las llaves, Adolphe. Yo conduciré esta vez –me da las llaves y enciendo rápidamente el auto.

¿¡Dónde estás Karol!?

Karol Pov.

Comenzaba a caer la noche parisina y el clima era agradable. Todavía estaba en el apartamento de Zac. me incorporé del sofá y me dispuse a despedirme de él para volver al hotel.

-Muchas gracias, Zac, por todo, pero creo que ahora debo irme.

-¿Ya te vas? –cuestionó con desanimo saliendo de la cocina con galletas en una bandeja –que lastima.

-¿Son galletas? –interrogué cuando me tendió una de ellas.

-No, palomitas –Bromeó con sarcasmo.

-Torpe –me burlé.

-¿Qué tal si te quedas? Te podría prestar el cuarto de huéspedes.

-No quiero molestar... -dije con modestia.

-No, enserio. Me encantaría ayudarte. Además, un hotel quita dinero. Yo te ofrezco la habitación gratis.

Vacilé por unos segundos –está bien –acepte derrotada.

-Yey, pijamada, pijamada, pijamada... -canturreó.

Reímos con sus ocurrencias.

-¿Puedo tomar tu baño un rato? –digo incorporándome y dirigiéndome a la puerta que se suponía que era la del cuarto de baño.

-¡NO! –La repentina brusquedad con la que niega me produce un sobresalto de miedo. El mira mi reacción y baja la guardia, pero todavía se veía abatido por mi cuestionamiento ¿acaso tiene algo de malo entrar en un baño? –Lo siento, es que... es que la ama de llaves no ha limpiado el baño.

-Creí que vivías tu solo aquí.

-Sí... pero le di vacaciones para que fuera a visitar su familia, tú sabes cómo es –me dirige un intento de sonrisa reconfortante, pero como dije; un intento. Algo en él me decía que no me decía del todo la verdad.

Viviendo con el Enemigo ||Ruggarol||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora