|Capítulo VIII|

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La Incómoda Cena

Karol Pov.

Me levanté con un poco más de energía. Miré mejor mi habitación, examinando con la mirada cada rincón de ella, mentalizándome que esta será ahora mi nueva recámara temporal. Es evidente que toda la mansión es muy hermosa y elegante. Sin ninguna duda la pasaré muy bien aquí. Pero claro, no todo es perfecto. Voy a tener que aguantar a ese idiota.

Hablando de él, ¿cómo pudo besarme sin mi consentimiento? Él es un completo bastardo, ¿cómo se atrevió?

Admito que el beso no estuvo mal... al contrario. Él es muy bueno besando, pero eso no le da derecho a venir sobre mí y besarme cuando se le pegue la gana. Yo tengo principios, joder.

Mi celular sonó, indicando que había un nuevo mensaje. Lo abrí y decía:

Indeseable. 7:23pm.

Baja al comedor. La cena está lista.

Miré el mensaje algo perdida y fastidiada. Solo hay como veintidós metros desde el comedor hasta la habitación ¿tanto le costaba venir a decírmelo en persona?

Me cambié de vestimenta a unas prendas cómodas, me dejé el cabello suelto y bajé finalmente a cortas zancadas hasta llegar en el amplio comedor.

Al entrar en el lugar, una mesa de caoba oscura acaparó toda la atención a mis ojos; sobre ella había un florero blanco con hermosos tulipanes amarillos depositados en su interior; por encima de la mesa, pendía serenamente un candelabro dorado que iluminaba gran parte de la habitación. Peiné con la mirada el largo tablón y me encontré con la severa e inquisidora mirada de Ruggero, lo que me produjo un escalofrío que recorrió mi espalda hasta llegar a la parte baja de mi nuca.

-¿Por qué te tardaste tanto? –cuestionó con un singular tono burlón en la voz.

-No es tu problema –Espeté encogiéndome de hombros.

Ruggero entrecerró los ojos cohibido para después sonreír con vehemencia. Se incorporó de su silla y se encaminó en mi dirección.

Su acción me obligó precozmente a adoptar una postura precaria y sagaz. Mientras más se acercaba, más nerviosa me ponía.

-Ven, siéntate. La cena estará lista –Señaló mi puesto. Yo lo miré como si su piel fuera azul. Su comportamiento pasivo contrastaba opacamente con la resiente postura anterior.

Tomé el espaldar de la silla para halarla pero él me detuvo sujetando del mismo lugar que yo sujetaba, rosando levemente las puntas de sus dedos contra la parte posterior de mi mano. Dicho toque me produjo una rara y electrizante sensación que recorrió desde mis dedos hasta mis brazos, y esparciendo sucesivamente por el resto de mi cuerpo.

Aparté tajantemente mi mano y me encogí ligeramente, incómoda.

-Déjame te ayudo –me haló la silla caballerosamente, sonriendo con su perfecta y radiante hilera de dientes.

Esto ya comenzaba a asustarme.

Me senté insegura, y justo en el proceso, esto le sirvió de excusa para acariciar con sus manos la piel desnuda de mis brazos. Otro escalofrío recorrió mi espalda.

Cruzó la mesa con elegancia y se sentó en su respectiva silla. Pocos minutos después, una señora algo joven se hizo presente en el comedor trayendo en una bandeja dos platos. Los colocó frente nuestro, seguido de sus respectivos utensilios envueltos pulcramente entre finas servilletas; Y sin dejar por fuera, los vasos.

La comida se veía exquisita, un manjar del arte culinario. Miré las porciones de comida y enseguida el hambre poseyó mi estómago.

-Gracias, Marsella –Ruggero profirió, aun con la mirada clavada en mí.

Viviendo con el Enemigo ||Ruggarol||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora