|Capítulo XXVII|

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Un Nuevo Lienzo

Karol Pov.

-Emm... creo que debemos irnos –Replicó roncamente, rompiendo el contacto visual.

Sus ojos viajaban a todos lados de la heladería con impaciencia. Su mandíbula se prensó con fuerza y sus manos juguetearon nerviosamente con una servilleta que tomó de la mesa.

-S-sí –Asentí cohibida, lamentando el grave error que había cometido.

Se levantó deprisa y dirigió sus pasos a la salida del local. Yo me incorporé de mi puesto y caminé en su dirección, formulando alguna explicación lógica para lo que hice y que no suene incómodo o comprometedor.

Se introdujo en el auto y yo lo imité, temiendo de que arranque sin siquiera reparar un segundo en si mi persona ha entrado a tiempo en el auto. Partió rápidamente a la mansión, o eso creía yo. Miré por todos lados nerviosamente.

Su cambio de actitud me extrañaba. Sólo había tocado su rostro, no es para que se arrebate tan bruscamente ¿no?

Otra vez hemos caído en la mortífera oscuridad de nuestro silencio, amenazando cada vez más con destruirnos en pedazos. Reparé en sus manos nuevamente; estaba tenso, lo podía ver.

-Ruggero, basta –Murmuré en alto para que él escuchara, y así lo hizo, pues el auto se detuvo violentamente, y gracias al cinturón de seguridad, mi cuerpo no salió disparado hacia delante.

-¿'Basta', basta de que Karol? –Se removió como pudo para quedar frente a mí.

Sus ojos se congelaron como dos trozos de hielo frio, pero sus fracciones lo hacían ver encendido como el fuego. Inhalé aire y decidí acabar con todo de una maldita vez.

-Basta con todo –Repuse –...¡Basta de ignorarme; Basta de tratarme y hacer como si solo fuera una estúpida desconocida; Basta de hacer como que no pasa nada cuando estamos en un jodido puto auto con un pésima actitud de mierda...! –Solté – ¡y basta con fingir no sentir nada cuando ambos sabemos que hay algo muy fuerte entre nosotros! –Las lágrimas brotaron de mis ojos como si de un manantial tratasen.

-Y que quieres que te diga ¿eh? ¿Piensas que es fácil para mí? ¡Joder! –Bufó.

–Ya no puedo más ¿sabes? –Mi voz se quebró. Ya no tenía fuerzas para continuar, ya no podía con esta situación. Prefiero morir de dolor que morir intentando rescatar una esperanza –. Esto me consume, me agota, me destruye en mil pedazos. N-No sé... no sé qué hacer –Negué.

Ruggero volvió la mirada hacia la atestada calzada repleta de personas a las afueras del auto para no darme la cara. Tenía su mirada perdida, vacía, pero una sonrisa curvea en sus finos labios se formó gradualmente. Sus ojos brillaron como dos luceros cuando vio a través de la ventanilla, afuera del auto, un pequeño niño de unos 4 o 5 años correr alegremente hacia una mujer que supuse era su madre. Él niño tropezó con sus pies y cayó de bruces, pero su madre lo auxilió y lo consoló.

Mis lágrimas habían dejado de correr por mis mejillas, una oleada cálida me había golpeado. Yo también sonreí con la linda imagen, comprendiendo lo que a Ruggero puede significar.

Entiendo que estos tipos de escenas deben dejar un sabor agridulce en él. Podía ver como observaba atento a cada movimiento, a cada caricia, a cada beso que le proporcionaba la madre al pequeño niño ojimiel, quien había cesado de llorar.

No entiendo como la vida puede ser tan cruel con una persona tan hermosa como Ruggero. No puedo imaginar lo que tuvo que pasar, las veces en que lloró sin un hombro en que apoyarse, las veces que deseó estar abrigado en los brazos de alguien, las veces que sonrió mirando al vacío esperando algún día ser protegido.

Viviendo con el Enemigo ||Ruggarol||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora