|Capítulo XXXII|

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Déjà Vu

Karol Pov.

La silueta de la pequeña niña fue lo que llamó su atención, estaba sentada a orillas de la calzada, con sus manos cubriendo su rostro, las lágrimas salían de sus ojos sin cesar. No se sentía aceptada, ni mucho menos querida.

Era frágil, indefensa, no quería hacerle mal a nadie; era diferente a los demás, pero esas diferencias fueron las que la ficharon como la más vulnerable, y sólo en ese caso, el mejor blanco para lanzar las hirientes flechas que salían de las bocas de todos los niños. No podía hacer nada contra eso, y por ello era el motivo de sus lágrimas... pero él lo notó.

Sus ojos cafés miraron curiosos a la pequeña mientras una pregunta cubría su mente...

-¿Por qué lloras? –Ella levantó la mirada, sólo para notar quien podría ser la persona que portaba la voz.

Miró al niño desde su lugar, él erguido sobre su triciclo azul, rotulado con llamas rojas y naranjas; era muy lindo, pensó ella.

-Ellos no me quieren –Dijo la pequeña con su voz quebrada de tanto llorar y sus ojos impregnados en destellos cristalinos.

-¿Por qué ellos no te quieren? –Continuó el pequeño.

-Dicen que soy fea y bajita –Replicó ella con su mirada puesta en sus diminutas manos.

-¿Quiénes te dicen esas cosas?

-Los amigos de Valentina –Sorbió su nariz –. Ellos me odian, y ninguno me quiere.

-Yo si te quiero –Indicó el pequeño –Y me pareces linda. Soy Michael, pero puedes decirme Mike –Ella sonrió.


Mis pasos se hicieron torpes a medida que pisaba las escalinatas de la entrada del edificio, estos me conducían en un rumbo que ni yo misma conocía, sólo tenía en mente el reciente recuerdo de mi infancia, que se reproducía una y otra vez.

Las lágrimas brotaban de mis ojos, empañando mi visión. No podía siquiera creerlo, el corazón lo tenía en la boca, oprimiendo mis pulmones y obligándome a sentirme como en un lugar desconocido.

¿Por qué cada vez el destino tiene que destruir mi vida? ¿Por qué? ¿Sólo por qué?

No me di cuenta la distancia que llevaba caminando cuando de pronto choco con una figura masculina que estaba de espaldas a mí.

-Disculpe... -La persona se giró sobre sus talones y me miró con preocupación. Pude ver quien era e inmediatamente el alivio se coló en mi sistema circulatorio.

-¿Karol? ¿Por qué estas llorand...? –Me abalancé sobre sus brazos.

-Te amo –Musité en su pecho, como una pequeña niña ocultándose en los protectores brazos de su padre.

Él correspondió a mi abrazo sin siquiera dudar y pude sentir que mis penas se drenaban en un último suspiro que salió de mi boca.

-¿Amor, por qué estas así? ¿Fue por mi culpa? Perdóname cielo, yo no quería que te sintieras mal –Ruggero me tomó en sus brazos firmemente.

-No, no, sólo quiero irme, es todo –Vociferé débilmente, casi como un lamento tembloroso –¿Podemos irnos a casa? –Supliqué.

-Claro, ven, vamos –Él me tomó de la mano y así partimos en su auto, lejos de la primera persona a la que le entregué mi corazón...

(...)

Me adentré al living de la asolada mansión; había algo ahí que me hacía sentir en casa. Tal vez sea la cálida chimenea, que me recordaba a cuando tomaba chocolate caliente junto a mis padres; o la inmensa biblioteca, cuando tenía 13 años y me encantaba la literatura; siempre tenía una pequeña biblioteca donde guardaba mis libros favoritos.

Viviendo con el Enemigo ||Ruggarol||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora