|Capítulo XXIII|

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Un Ángel Salvador

Karol Pov.

-¿Zac? ¡La puerta se trabó! ¿Zac? –Lo llamé pero no respondió –Zac, ¿Podrías abrir la puerta? Estoy encerrada.

Él no respondía, ¿será que no está en el apartamento?

Genial, ¿ahora qué haré?

Me volví a la cama y me senté con desanimo. Estar encerrada aquí por más -que se yo- de tiempo no suena para nada lindo, menos con tanta hambre.

Miré por toda la habitación buscando algo que pueda usar para destrabar la puerta, pero no encontré nada. Esta habitación estaba más vacía que mi racha de buena suerte.

Algo en la pared detiene mi vista y me inclino para verlo mejor; había un pequeño hoyo que conectaba la habitación con otra de algún vecino.

Me acerqué a la pared y me arrodillé para apreciarlo mejor; No eran cortes limpios, eran irregulares, como los hechos con arañadas. Lo vi extrañada, me acerqué un poco más y un olor familiar invadió mi sentido olfativo; era el olor característico de Brigitte: Vejes, Moho y talco.

Me pregunto por qué esa mujer vive tan abandonada de sí misma. Sé que perdió su esposo, pero eso no es justificación para guardarse de la sociedad y del aseo del hogar y propio.

Algo más en ese agujero me hizo volver a mi intriga anterior, en él había una pequeña nota plegada, la abrí y la única palabra escrita en el papel fue suficiente como para hacerme sudar frio.

CORRE...

Tragué saliva sonoramente.

¿Qué clase de broma pesada es esta? ¿Por qué Brigitte me escribe estas cosas? Esto no es gracioso.

Antes de poder pensar otra cosa, la puerta suena avisándome de que alguien la abría.

La presencia de Zac entró por la puerta y la cierra de golpe tras él.

-Oh... Zac, que alivio... -toque mi pecho –la puerta se trabó y pensé que... -detuve mi comentario a la mitad pues su mirada me hizo hacerlo.

No tenía sus lentes y pude ver que sus ojos estaban más oscuros, no tenían brillo. Volvió la mirada hacia mí con tanta maldad que me erizó la piel.

-¿Te sientes bien, Zac? –Cuestioné con desasosiego.

-¿Cómo no voy a estarlo? –la sonrisa malévola que se formó en sus labios me hizo entrar en pánico.

-Si esto es una broma, Zac, no es divertido –dije riendo sin gracia mientras retrocedía ciegamente de espaldas cuando él comenzó a acercarse.

-Para mí sí lo es –la cama me hizo resbalar y caer a ella, él aprovechó eso y me sujetó fuertemente de las manos.

Sus labios bajaron hasta mi cuello y comenzó a succionar y morder. La manera en la que me tocaba era grotesca y desagradable, mis muñecas estaban rojas de la presión de sus manos.

-¡Zac! ¿¡Qué haces!?... –Me besó y me mordió el labio tan fuerte que me hizo una herida -¡Suéltame! ¡Bastardo! –mis lágrimas se desbordaron como cascada.

Levanté mi mano hasta su mejilla y le di una cachetada. El giró su rostro hacia donde lo aventé y cuando volvió a mí, su mirada se transformó en ira pura.

-No debiste hacer eso –sentenció entre dientes.

Me tomó del cuello y me presionó contra el colchón haciendo que me falte el aire. Podía sentir como mi cara se comprimía y mi mirada se nublaba, mis pulmones pedían aire pero yo no podía hacer nada.

Viviendo con el Enemigo ||Ruggarol||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora