CAPÍTULO 13

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Kathe:

Ha pasado una semana desde que no salgo de casa, sinceramente no me apetece ver a nadie, pero hoy es lunes y tengo que ir a la universidad. Dentro de una semana se acaba el semestre y no me quiero arriesgar. Mi móvil no ha parado de sonar durante siete días, llamadas de Sel, Cameron y Louis lideraban mi fondo de pantalla, ayer incluso me pareció leer el nombre de Harry, pero teniendo en cuenta la botella de whisky que me bebí, es muy probable que sean imaginaciones mías.

Me obligo a levantarme de la cama, me meto en la ducha, en realidad no me sienta bien, el agua caliente alivia un poco el peso de mis hombros, pero mi mierda no la limpia ni agua hirviendo. Salgo envuelta en una nube de vapor, rápidamente me tapo el cuerpo con una toalla demasiado corta para mi gusto. Como no, Tom se me tira encima nada más salir del baño. Lo quiero mucho, pero es muy toca pelotas.

Decido ponerme unos vaqueros y una camiseta gris, estamos en pleno febrero pero hace una calor mortal.

Al final, decido secarme un poco el pelo con la toalla y dejar mis ondas naturales. Vuelvo a entrar en mi habitación, lo primero que veo es mi estuche de maquillaje en el escritorio, paso, no soy de las que se pintan a diario.

Miro la hora. Las 13:34. En una hora empieza la clase, me sobra demasiado tiempo, lo bueno de mi casa es que está a menos de quince minutos del campus. Mi madre intentó meterme en la residencia de la universidad para dejarle la casa que está a mi nombre, me hizo muchísima gracia que pensara que le iba a dejar todo esto para ella. Insistió durante meses, pero como siempre con dos palabras hago que se desmorone. Al final he aprendido que para hacer daño a alguien no hace falta usar las manos; una palabra puede cortar mucho más que cualquier cuchillo.

Me he dado cuenta que puedo hacer daño a la persona que me dio la vida, quitándole el privilegio de llamarla 'mamá'. Tampoco es que haya sido una buena madre, joder, no ha sido una madre ni medio normal, asi que no, no pienso darle la satisfacción de llamarla así, que se lo hubiese ganado. He tenido que aguantar el dolor de la pérdida de un padre... y el de una madre.

Con 9 años tuve que llorar tres pérdidas: la de mi padre, la de mi madre, y la mía. Perder a la única persona que quería, fue perderme a mi misma, pero a día de hoy tampoco me quiero encontrar, tengo la sensación que esa niña de 9 años se asustaría de ver en que me he convertido. Se decepcionaría.

El sonido del timbre hace que literalmente me caiga de la cama. Bajo las escaleras a la velocidad de la luz mientras maldigo a quien esté al otro lado de la puerta.

Abro la puerta y me encuentro a un Cameron sonriente. Me giro y entro a la cocina.

-¡Se dice hola!- Grita desde el salón.

-¡Hola!- Grito a la vez que pelo un plátano. Dos segundos después Cameron entra a la cocina, va con unos pantalones demasiado ceñidos y que resaltan cosas que deberían quedar en privado y una camiseta roja de manga corta que deja ver perfectamente todos los tatuajes que tiene en el brazo.

-¿En que piensas tanto?- Se sienta en la encimera.

-¿Sabes que las personas normales suelen sentarse en sillas?- Digo a la vez que me siento en el otro lado de la encimera.

-¿Cuando he dicho yo que sea normal?- Una media sonrisa se le dibuja en su rostro. -Bueno, en qué piensas tanto?- Dice volviendo a la pregunta anterior.

-En que mi mejor amigo esta bueno y tengo nauseas.- Confieso a la vez que me levanto de un salto de la encimera al ver la hora que es.

Cameron estalla en una carcajada, este tío siempre se está riendo, es agradable tenerlo aquí, a pesar de la pelea de la semana pasada.

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