Terral

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Madrid - Mayo 2014

Casi un mes, pero mi cuerpo no decide si ha pasado un día o un siglo, porque la sensación de su ausencia, la sensación del aire escasamente entrando a mis pulmones no deja de ser una dolorosa constante. ¿Un día o un siglo? Que importa de verdad cuanto ha pasado, cuando aún me hace falta a un nivel tan profundo que ni siquiera entra en la dimensión de mi consciencia. Me falta y solo eso importa, me falta ella, con su sonrisa, con su magia, con todas las huellas que su piel dejaba en la mía y me esfuerzo, cierro los ojos y la llamo, llamo su recuerdo para sentirla de nuevo, llamo sus manos que eran la extensión de mi propia piel. Ya no hay lágrimas, siento que llevo llorando tanto tiempo que estoy seco, mis ojos están secos, mi cuerpo y mi corazón se secan cada día... ¡La extraño joder! Ojalá no la extrañara tanto, ojalá vivir no fuera solo un paso más que doy sin ella, ojalá vivir fuera para mi más que un día más sin sentirla.

Lo intento, por todos los que se preocupan por mí, cada día intento seguir, intento sonreír, intento con esfuerzo no sentirme tan frío... ¿de verdad lo intento? Quizás no lo estoy intentando lo suficiente, porque sé que debo olvidarla, sé que debo aprender a seguir sin ella, y sin embargo una parte de mi aún se niega a dejarla ir, a soltarla completamente, porque no quiero sentirme sin ella, no quiero dejar su recuerdo, porque junto a su recuerdo también se perderá una parte de mí, una parte que la tiene adherida, una parte que inevitablemente es de ella y siempre será así.

La extraño, la necesito, la amo, cada parte de mi la anhela y la busca, imagino que volverá a mí y que algún día la encontraré entre la gente, en el ruido, en el viento, que la veré con su expresión de enfado regañándome por algo, que en algún momento la veré emerger de entre las brumas de mis sueños para hacerla mía nuevamente, para hacerme suyo, como lo soy hoy, como lo seré siempre... pero es inútil, porque las percepciones creadas por mi imaginación nunca duran lo suficiente para darme una pisca de calma, solo una gota de calma.

Un mes, un mes comenzando cada día con el deseo de que su sonrisa sea la imagen que ilumine el primer rayo de sol, que su calor a mi lado en la cama sea el presagio de las horas compartidas. Un mes, sus días, sus minutos y cada parte de mí en agonía, deseando escuchar la puerta y sus pasos cansados acercándose a mí, para que mi amor la llene de nueva energía. Y al final duermo, siempre lo hago, duermo porque al terminar el día aún no ha llegado, y desearla tanto me fatiga, y la cama me recibe sola, y cierro los ojos preguntándome cuando podré dormir sin extrañarla, cuando dejaré de querer hacerla mía.

Un mes, donde mi familia y mis amigos intentaron lo impensado para que entienda que debo continuar, que debo superar esto, pasar página y entender que ya no la tendré a mi lado. Pero solo la música ha logrado calmar un poco el dolor de esa grieta en mí que parece no querer cerrarse. Es entonces cuando esa imagen distante de mi Paula me llena de la melancolía y la tristeza que me regalan la inspiración más verídica, porque no hay nada más real y estimulador que el dolor. Y duele ¡joder que duele! Es entonces cuando la ausencia deja de ser solo silencio para convertirse en poesía, versos que la tienen adherida, porque su esencia baila entre las letras mientras mis dedos la llenan de melodía. La música la trajo, la música me la quito y la música me ayuda a sobrevivir sin tenerla conmigo. Y hasta mis malditos pensamientos suenan con rima, maldita mi mente que tiene que hacer de todo algo tangible, para que quede siempre como recuerdo de la manera en la que me siento cada minuto... y seguramente todo estará en un disco... maldito Alboran...

Recién hoy vuelvo a Madrid después de aquel día en que me dejó, recién ahora pude convencer a mi familia de que estoy bien, de que no tienen de que preocuparse. ¿Qué podría hacer de todas formas? ¿Buscarla? ¿Dónde? ¿Matarme? No podría, demasiado egoísta, demasiado desagradecido, valoro mi vida inclusive con estos sentimientos de mierda que me lastiman. Quizás esto era lo que temían, porque no debería estar aquí, eso es un hecho, soy el estúpido más grande del planeta sentado en las escalinatas de la entrada de esta casa que tantas veces nos cobijó cuando ella era parte de mi vida, esta casa guarda aún cada uno de nuestros recuerdos, el amor, la pasión y nosotros, con lo bueno y lo malo, nosotros y las mejores versiones de nosotros mismos. "No debería de estar aquí" y aunque se repite una y otra vez en mi mente mis piernas no son capaces de moverse, estoy clavado a este suelo, a este lugar, con el calor aún sofocante de Madrid y las angustia creciendo en mí y contaminándome otra vez, matándome otra vez.

Ciudadano del aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora