Dejar de escondernos

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Son casi las 9 de la noche cuando llego a la casa, avisé temprano que traería la cena luego de correr un par de horas. Terral se sacude a mi lado mientras abro la puerta y sonrío, porque finalmente mi amigo está con nosotros. Terral adoptó poco a poco nuestra vida y parece bastante cómodo. ¿Cómo no estarlo? Tiene dos casas, dos lugares llenos de sus cosas, demasiado para romper, y cariño de sobra. Porque él va y viene junto con nosotros que parecemos incapaces de alejarnos demasiado tiempo de mi familia. Y dividimos nuestro tiempo entre nuestra casa y la casa de mis padres. Sobre todo porque Paula se acostumbró a ser constantemente consentida por mi madre y Casilda. Por mi parte no puedo más que disfrutar la calma de estar en casa y consciente de que en algún momento saldrá el disco, llegará la promoción y lo viajes y probablemente sea cuando mi hija lleve días de nacida. Pero tendré que hacerlo, es mi trabajo y todos terminaremos adaptándonos aunque mi alma quede siempre aquí con ellas.

Ni bien entro en la casa ya se siente fuerte la televisión encendida, jadeos demasiado fuertes se escuchan y entro tan rápido como puedo. Respiro con tranquilidad cuando la veo sentada en el sofá comiendo dulce de leche con una cuchara y expresión de fastidio mientras la pantalla reproduce un parto que enseguida revuelve todo en mi interior. La mujer parece sufrir demasiado y no puedo seguir mirando cuando imagino a Paula en esa situación.

- ¡Por Dios Paula! ¡Quita eso!

Ella me mira, tuerce el gesto y toma el control, la imagen se detiene y respiro con más tranquilidad. Me causa escalofríos pensar que cada vez nos falta menos, que tendré que ver a Paula en esa situación y no podré hacer absolutamente nada para evitar su sufrimiento. Me siento a su lado y Terral apoya la cabeza en sus piernas esperando que ella le dé un poco de lo que come.

- Exagerado. Es tiempo de que vayas acostumbrándote, yo pasaré por eso y vos vas a estar a mi lado.

- Yo no... voy a mandar a Martín. Su trabajo es protegerme.

- Que idiota sos.

Terral llora sin dejar de mirarla con detenimiento, ella sonríe y de la misma cuchara le da un poco de su dulce de leche; sin dudarlo, el perro acepta el regalo y se saborea. Le dije montones de veces que no me gusta que le dé cualquier cosa, pero hay algo en la mirada de Terral contra lo que Paula no puede y siempre termina cediendo a sus pedidos; solo suspiro, qué sentido tiene seguir discutiendo por lo mismo, ella terminará haciendo todo a su manera.

- Espero que no vayas a comer de esa misma cuchara.

- ¡No Pablo, por Dios! ¿Cómo voy a darle de la cuchara? Es mucho más higiénico dejar que me pase la lengua por toda la cara como haces vos.

La miro y sonrío, como siempre tiene razón, yo siempre dejo que Terral lo haga, pero es que mi pequeño amigo es muy limpio. ¿Por qué tendría que preocuparme?

- No soy como vos; además, ya no voy a comer más y después la lavo bien. Esto es una porquería.

- ¿Éste también?

La miro con curiosidad, es la tercera marca diferente de dulce de leche que compro en la semana. Y es la tercera que no le gusta, no es el dulce de leche de sus sueños y ya se me están acabando las opciones.

- Sí, no tiene el sabor que yo quiero.

- ¿y cómo puedo saber cuál quieres Paula?

- No lo conseguirás.

Suspira profundamente mientras deja del dulce sobre la mesita y comienza a acariciar la cabeza de Terral hasta que finalmente acepta que el postre se terminó y se aleja de nosotros rendido.

- Cuando era niña mi abuela preparaba dulce de leche todas los fines de semana, y yo la visitaba y comía dulce sentada en el patio de su casa mientras ella me contaba historias de su juventud. Ella murió cuando tenía 10 años, nunca más volví a probar algo parecido, tiene el gusto a casa supongo, el sabor del cariño que ella le ponía a todo lo que hacía.

Ciudadano del aireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora