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Grayson

Hay cosas que no se ven todos los días. Como alguien haciendo un truco en su motocicleta, personas en carreras, ovnis, buenas películas, y en definitiva, Grace Russo diciéndome que sí sin pensarlo tanto y en una forma completamente decidida. Tampoco es común ver a Grace Russo hablar tanto durante las horas del almuerzo, durante las clases, y el entrenamiento. Porque también fue conmi... nosotros, sí, nosotros, al gimnasio después de la jornada de instituto. De hecho, tampoco la había escuchado reír tan fuerte para que luego dijera que le dolía el estómago, y que yo ocasionara; ese fue un día de nuevas experiencias.

Y este dolor de panza que tenía justo ahora no era desconocido para mí, porque normalmente ocurría cuando cierta persona andaba merodeando cerca de mí, ¿quieren una pista? Pues su nombre comienza con G.

Ir a la misma cafetería no es una mala idea, ¿cierto? Comes algo de tu interés, con alguien de tu interés, y le prestas más atención a la persona que a la comida. Eso sería exactamente lo que me ocurriría hoy.

Doy un par de respiraciones más antes de bajarme del auto e ir a tocar el timbre de los Russo. Oh, vaya, dejavù.

Iba por el camino que daba directamente con la entrada, cuando me detengo a cerciorar si por alguna extraña razón de la vida, están de nuevo los primos de Grace. Y gracias a Dios, no estaban. Bien, ahora rogaba porque no estuvieran los padres, o mejor dicho el señor Russo.

Pero como tengo peor suerte que la del vecino de al lado que siempre al llegar a su casa se tropieza en sus escaleras, no todo podía salirme bien. Frete a mí se encontraba un hombre bien vestido, alto y con un vasto parecido a la chica que me gusta —cof cof, ojos azules, cof cof—, que me observaba con la expresión con más prejuicio que alguna vez puedas cruzarte. El padre de Grace me miraba como si yo fuese un gusano y él el gallo, como si yo fuese una rata de alcantarilla y él un gato de una buena familia que le daba de todo tipo de comida pero que aún así mataría a la rata sin piedad.

Nada mejor que compararte con una rata, Grayson.

—Buenas tardes, señor —aclaro mi garganta—, ¿está su hija?

— ¿Quién pregunta?

—Eh... ¿yo? —hago la cabeza un poco atrás y frunzo el ceño.

— ¿Yo? No, yo soy su padre, ¿por qué la buscaría si vive bajo mi techo?

¡Oh, vamos! ¡Ayúdeme un poco!

—La busca el mismo chico de la última vez.

— ¿Insinúas que mi hija no tiene más pretendientes que la busquen? ¿Sabes a cuántos jóvenes les he dicho que no? —niego—. ¡Yo tampoco! Ya perdí la cuenta, por el amor de Dios.

—Mark... —la mamá de Grace aparece detrás de él con un tono de regaño, y se fija en mí—.Hola, Grayson.

—Buenas tardes.

El hombre todavía mantenía una ceja alzada y me miraba de pies a cabeza. Voy decente, no puede decirme nada respecto a mi forma de vestir.

— ¿Quieres pasar? Nuestra hija se ha propuesto arreglarse muchísimo más así que creo que si te quedas aquí te dolerán los pies.

¿Arreglarse más? Aun si se acabara de despertar, estaría bellísima.

Me adentré a la casa de los Russo, resguardándome detrás de la señora Elizabeth para así evitar la mirada de desaprobación que el padre de Grace tiene siempre que me ve, y eso que sólo han sido un par de veces.

Grace & GraysonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora