Grace & Grayson

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Grace

Si de cosas que odio en la vida hablamos, en definitiva una de ellas es caminar. Nunca fui fanática del deporte y la buena condición física en general, soy delgada sólo porque mamá siempre se preocupó por una dieta adecuada, pero de lo contrario soy una total débilucha. No tengo fuerza y tampoco tengo reflejos. Es por eso que ahora tengo un moretón en mi ojo izquierdo. En la enfermería, acompañada de mi fiel primo con la cara de preocupación extrema que siempre pone en casos como estos.

¿Cómo se relaciona eso? Pues básicamente me dio pereza caminar hasta las gradas del gimnasio de más arriba, y por eso me dieron con un balón en la cara.

Recuerdo que una vez Sean puso la misma expresión de preocupación cuando golpeó a Sam y tenía miedo de que sus padres se enojaran porque él lloraba como el bebé que era en ese entonces. Y lo hicieron, se molestaron por ser una mal hermano mayor, pero no fue tan difícil para él dejar de ver televisión por dos semanas ya que jugábamos todo lo que podíamos sin necesidad de aparatos electrónicos.

Y ahora tenía ese pequeño ataque de ansiedad.

—Ya, no te preocupes o te harás viejo —cambio de mano, de mi diestra a mi zurda, puesto que sujetar el hielo duele como el infierno. Sean hace caso omiso a mi recomendación, caminando en círculos y mordiéndose las uñas. Asco.

— ¿Cómo mierdas quieres que no me preocupe? No Grace, ¡tienes la jodida cara morada!

—Es alrededor del ojo —lo corrijo.

— ¡Es lo mismo! —ahora ambos teníamos un color diferente al blanco en nuestro rostro. Mientras yo andaba morada como una uva, él estaba rojo cual manzana. Sonrío por mi chiste—. ¿Por qué demonios sonríes, eh? Jesucristo, vas a matarme.

La enfermera, de mayor edad por cierto, entra como si nada, interrumpiendo la caminata en círculos de mi primo.

— ¿Puedo irme ya? —cambio una vez más de mano.

—Sí, pero por favor procura no acercarte mucho si verás algún entrenamiento. Créeme cuando te digo que no eres la primera persona que viene aquí por algo así.

—Oh, claro que lo hago —después de eso, doy un pequeño salto de la camilla en la que me encontraba sentada y caigo sobre el piso de cerámica blanca de la habitación. ¿No pueden poner otro color en lo que respecta a hospitales, enfermerías y psicólogos?

—Gracias —Sean me agarra del codo y empieza a caminar con paso apresurado. Nuevamente cambio de mano.

— ¿Quieres parar? Me dejarás también el brazo morado si sigues con tus estupideces —él parece reaccionar gracias a mi queja y me suelta. Gira su cuerpo hacia mi dirección y sonríe con pena.

—Dios, Grace, lo siento. En serio. ¿Me perdonas?

Claro que sí tonto, pienso. Pero lejos de decirlo, simplemente asiento y le doy una sonrisa amable. Él deja salir el aire que había acumulado, o eso parecía, y hace un sonido extraño con su boca. Sean es muy raro.

Llegamos al gimnasio, donde ya todos los compañeros de Sean están preparándose para largarse de aquí e irse a Dios sabe dónde. Bueno, todos están así, excepto Grayson.

Hoy por las horas clase ha sido... Diferente. Pero un diferente bueno. Un diferente magnífico.

El sábado fuimos a una cafetería del centro, algo normalito y era sinceramente lo que esperaba. Ambos estábamos nerviosos, lo sabía, lo sentía. Tenía claro que existía tensión entre nosotros. Y claro, mis supersticiones de que algo acabaría feo ese día se aumentaban con la densa incomodidad entre nosotros, pero para mi suerte y la del rubio, disminuyó notablemente al momento en el que encendió la radio. Si bien ese no era mi género favorito, me agradaba y eso era bueno. Al llegar al lugar, como un caballero (y como mis amores literarios), él se bajó del coche corriendo y casi cayendo para abrirme la puerta. ¿Pueden creerlo? Juro que casi muero de un paro cardíaco en ese instante.