El muchacho de los tatuajes se sentó. Yo, a la vez, coloqué agua en la tetera y me puse frente a él mientras la bebida se calentaba.
-¿Por qué yo? -me animé a preguntar.
-No lo sé -respondió intranquilo. Tenía el ceño fruncido; parecía molesto -si lo supiera haría lo posible para abandonarlo. Debe ser la ignorancia lo que me tiene tan preocupado.
-¿Preocupado? -pregunté -no debes estarlo.
-Créeme que sí -respondió -tú no lo sabes, pero no podemos estar juntos.
Tomé su mano. Tocarlo se sintió bello. Me recordó a aquella vez en la calle cuando salvó mi vida.
-No me importa.