Ingresamos nuevamente y encendí la chimenea. Hacía más frío desde que él había llegado.
Lo miré con dulzura.
-¿Por qué no podemos amarnos? -pregunté.
-Podemos amarnos eternamente -respondió -lo que no podemos es estar juntos.
-¿Por qué no podemos estar juntos, entonces? -corregí.
Suspiró tristemente.
-Porque un vez que me vaya no podré regresar jamás.
Fruncí el ceño con angustia.
-¿No hay ninguna manera?
Asintió y dijo:
-Hay una manera. Pero dudo que la aceptes.
Me largué a llorar.