La primera vez que lo vi fue cuando nací. Estuvo presente en ese momento. Creo que lo hizo para reemplazar a mi padre, que jamás se apareció.
Luego a los seis me lo crucé en el hospital. Tenía nuevos tatuajes. Me sonrío de reojo y siguió su camino.
A los doce, en el funeral de mi abuela. Se escondía entre las personas y no dejaba de mirarme. Jamás se había visto tan hermoso.
A los dieciocho tuvimos contacto. Quise cruzar la calle y no miré a los costados. Sentí entonces una mano que me empujaba hacia atrás. Era él. Me salvó. Unos segundos más tarde el camión de la basura pasó rápidamente por allí. Hubiera sido mi perdición.
Pero, antes de poder agradecerle, se fue corriendo.Y ahora, entonces, él ante mí.