Cap 2

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Al día siguiente Elena se presentó ante la secretaria de su ya odiado jefe. Buenos días soy Elena Evans. Si ya te esperaba niña. Dijo aquella señora mayor que comenzó a toser. ¿Está bien? Si tranquila es un resfriado que estoy pasando ya. ¿Le traigo algo? Dijo Elena preocupada. No niña pero gracias por preocuparte. Mejor siéntese y deje que yo haga todo. ¡Ahí mi niña! Eso no es posible aquí. Debo poner al día el trabajo atrasado más el del diario. Usted tranquila que solía enlazar un becerro en un abrir y cerrar de ojos en la granja de mis padres. Así que soy muy ágil y rápida. Ella comenzó a reír ante el comentario tan gracioso de aquella chica. Que modales mi niña. Soy la Sra. Franigan. Un placer. Bien yo me encargo del trabajo atrasado y tú encárgate de este de hoy. Perfecto. Sra. Franigan. Se oyó por la bocina. Si Sr. Willous. Llego la asistente que le pedí. Si señor. Bien, que pase. Elena se dirigió hacia su despacho y toco. Pasé. El estaba sentado en su gran escritorio leyendo unos documentos y no le miró. En cuanto la Sra. Franigan le diga sus deberes y los realice volverá aquí para llevar estos documentos que firmaré a la oficina de recursos humanos y luego de eso de camino me trae un vaso con agua y una lasca de limón. Toda esa orden dicha sin primero decir buenos días y segundo mirándola a la cara como se debe hacer cuando se le habla a otra persona. Elena salió y obedeció tenía que. Hizo lo ordenado. Era la hora del almuerzo y cuando iba a irse él comunicador se abrió. Srta. Evans. Diga. Venga a mi oficina. Ella fue de inmediato. Se toca antes de entrar. Pero usted me...Si señor disculpe. Quiero que haga estas llamadas son urgentes y se debe acordar cita para las negociaciones. Pero es mi hora de almuerzo y...Usted si más no recuerdo me debe un traje y también sé que acaba de empezar aquí. Así que no tiene acumulado ni la milésima parte de un sueldo Srta. Evans. Le recomiendo que haga lo que le pedí. Elena no tenía defensa para eso, así que simplemente obedeció. Una hora después la Sra. Franigan volvió. ¡Elena! ¿Acaso no almorzaste? No pude tengo mucho trabajo que hacer. Eso no puede ser niña. Anda ve por algo de comer que yo sigo esto. ¡No! Esto me lo encargaron así que lo terminaré. Eres muy testaruda muchacha. Eso decía mi padre. Eres testaruda como una mula mija. De nuevo ella rompió a reír. Si sigo riendo así me dará un ataque de asma. ¡No mi señora! Tranquila. ¿Cuánto hace que lleva con ese resfriado? Pues hace dos semanas. Ya veo. ¿Porqué? Por nada tranquila. Elena terminó su trabajo y fue a tomarse su adorado chocolate. Para muchos el café era su droga matutina y durante el día pero para Elena era su chocolate caliente. Lo tomaba con ese gustó. Parece que ese chocolate tiene algo además de dulzura. Elena abrió sus ojos y se encontró co Albert. ¡Hola Albert! Saludo muy animada Elena. Albert sonrió ante su entusiasmo. Nunca había visto una persona como tú Elena. Sin ofender. Si, eso me lo dicen mucho últimamente. He tratado de modificar esas cosas pero soy de pueblo y eso tarda. Lamento si te ofendo o estoy fuera de lugar. ¡No! Tranquila. No te lo dije por mal. Al contrario me gusta que seas así, tan real y sincera. La gente en esta ciudad suele ser hueca e hipócrita. Siempre quieren algo a cambio. Pues no te quito la razón porque es verdad. Yo lo aprendí de una muy amarga manera. Elena lo dijo con amargura. No quise estropear tu chocolate. Tranquilo amigo eso no pasará. Si el energúmeno que tengo por capataz no me ha partido el lomo menos lo harán los recuerdos. Albert se hecho a reír. ¡Capataz! Si eso parece ese hombre tan estirado y mal educado. Dijo con gestos graciosos.Tanta ropa fina y es un bestia a la hora de tratar personas. Albert no pudo contener la risa. ¡Oye! ¿Porqué te ríes tanto? Elena no pudo aguantar y comenzó a reír también. De donde yo vengo conocí capataces así que solo daban lata y lata y hasta que no te veían desmayar no paraban hombre. ¿Cómo terminaste aquí? Para hacerte la historia larga, corta. Un día mi padre me dijo: " Elena mija, debes estudiar." Y yo le respondí qué para qué. Mi vida siempre fue el rancho y era feliz en esa vida. Así que me negué. Pero que no se equivoque tu cabezita porque yo era muy buena en la escuela. Tanto que me ofrecieron becas para ir a colegios privados pero yo no me veía allí. Pero la vida da muchas vueltas y un día tuve que hacerlo para poder ser alguien y dejar de ser aquella mujer que tildaban de salvaje y bruta. Nunca lo fui. Puedo hablar de literatura, como de heno para los caballos. Puedo hablarte de política, como de remedios caseros para tu indigestión. Puedo hablar de arte, como prepararte un buen pie de manzana. Pero muchos no ven eso. Sabes vivo un refrán en mi vida siempre. ¿Cuál? No se puede juzgar un libro por su portada. En eso si estamos de acuerdo. Ambos sonreían. Me caes bien Albert. Y tú a mí Elena. Debo volver al trabajo antes de que me azoten. Albert sonrió ante su comentario pintoresco.

Por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora