Memorias (segunda parte)

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- ¿Qué ocurre, niños? ¿Por qué lloran?

Otabek detuvo un poco su llanto para mirar al dueño de aquella gruesa voz. Tenían unos quince minutos -que en sus infantiles mentes se sintieron eternos- llorando y perdidos. El pequeño moreno había intentado llamar la atención de algún adulto, quería volver junto a los demás niños del orfanato y sus maestros, personas conocidas y que no los ignorarían.

-Nos… nos perdimos -repuso Otabek hipando.

-Ya veo -el hombre que al fin los había escuchado era ya mayor, de complexión robusta e intimidante mirada color verde. Tenía el cabello rubio cenizo, bigote y barba bien afeitadas, su elegante gabardina negra y su curiosa boina hacían que Beka pensara que daba miedo. Entonces reparó en el niño ¿o era niña?, que iba sujeto de su mano derecha.

Un niño rubio y de asombrosos ojos color aguamarina los veía con seriedad, lo que hizo al pequeño kazajo preguntarse qué edad tenía. No parecía ser mayor que ellos.

-Me llamo Nikolai, y él es Yuratchka, mi nieto -habló el viejo sacando unos pañuelos de sus bolsillos. Le tendió uno al que sí era un niño y se arrodilló para limpiar las lágrimas de Otabek mientras su nieto hacía lo mismo pero con Seung. Ambos estaban desconcertados.

-Otabek Altin, y él es mi hermano Seung Gil Lee -repuso con más calma Otabek.

- ¿Son hermanos y se llaman diferente? -preguntó incrédulo el pequeño rubio.

-Sí, Yuratchka, los hermanos se pueden llamar de diferente forma -contestó Nikolai con una dura sonrisa que les agradó a Otabek y a Seung, pues era la primera vez que no cuestionaban el que dijeran que eran hermanos-. ¿Saben dónde viven, cómo se llaman sus padres?

-Vivimos en el Orfanato de San Petersburgo, señor -contestó Seung en un murmullo.

-Entonces son huérfanos, como yo -les dijo el rubio. Luego, con orgullo añadió-. Pero tengo al abuelo, él es genial. También está Lilia, pero ella es más amargada.

-Vamos, vamos, Lilia no es tan mala -Nikolai reía ante las palabras de su nieto.

- ¿Quieren venir a comer con nosotros? -les preguntó Yuri como si nada.

-Nosotros no podemos, debemos ir a casa -se negó Otabek, bastante extrañado por la repentina invitación.

-Está bien, hijo, después de eso los llevaremos al orfanato -Nikolai les tendía su mano libre con una sonrisa-. Yuratchka ya los invitó, sería descortés rechazarlo.

Seung aceptó inmediatamente, así que a Otabek no le quedó de otra más que acompañarlo. Fue después de tomar la mano del viejo que los niños se percataron que había otros tres hombres caminando atrás de ellos, todos de apariencia dura e intimidante, por eso Beka tomó con más fuerza la mano de Seung.

Mientras paseaban por la ciudad, Nikolai les preguntó a los niños a dónde les gustaría comer; los huérfanos se sorprendieron cuando Yuri les preguntó si les gustaban las hamburguesas o la pizza, así que admitieron que les gustaría más una hamburguesa. Después de eso, el viejo alfa los llevó a una gran cadena de hamburguesas.

Yuri, Otabek y Seung se la pasaron jugando durante un buen rato, todo ante la atenta mirada de Nikolai y sus hombres que comían en calma. Fue Yuri quien les dijo que estaban en San Petersburgo por negocios de su abuelo, también que los hombres que atemorizaban al kazajo y al coreano no eran tan rudos como parecían, pues solían jugar con él, pero como estaban trabajando debían ser serios. También les confesó que los envidiaba por ser hermanos y nunca estar solos.

Los asuntos que Nikolai debió atender en San Petersburgo duraron casi dos semanas, tiempo en el que Yuri insistió en ir al orfanato cada día para ver a Otabek y a Seung. Nadie sospechó que desde la primera semana, el viejo alfa inició con los trámites para adoptar a los dos niños que inusualmente, se habían ganado el aprecio del joven rubio.

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