Resaca

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Apenas abrió los ojos, un punzante y muy molesto dolor de cabeza, lo invadió.

El rubio sentía que el menor ruido rompería sus tímpanos y que su garganta estaba tan seca como si no hubiera probado una sola gota de agua en semanas. Perezosamente se sentó sobre la cama y trató de hacer memoria para saber qué diablos había pasado la noche anterior.

Pronto recordó que tuvo una fuerte pelea con Seung y Beka, todo gracias al estúpido omega que se la había pasado llorando los últimos días a la menor oportunidad que se le presentó. Como si no tuviera suficiente con Lilia insistiendo para que dejara en libertad a Yuuri, ahora sus hermanos creían que estaba llegando al límite en cuanto a su crueldad con el omega se refería.

¡Maldición! No era su culpa que la piel del moreno quedara marcada tan fácilmente, tampoco lo era que el chico disfrutara de las formas en las que lo sometía ni que pidiera por más con lágrimas en los ojos. Él tampoco quiso involucrarse con el japonés, era Lilia la culpable de eso y sus hermanos tenían también responsabilidad al no marcar al chico cuando él se los ofreció.  Yuri supo -desde que se acostó con el moreno-, que estaría mejor en otras manos que no fueran las suyas.

Ahora todos lo hacían culpable de la miseria de Yuuri. ¿Qué más quería el estúpido cerdo para estar conforme? Lo llevaba a comer a los lugares que le gustaban, le compraba bonita ropa y joyas para que se viera más hermoso de lo que ya era, le pagaba una buena escuela -aunque no entendía el porqué-, le había dejado cuidar de los jardines de la mansión pese a que la idea no le agradaba, permitió que irrumpiera en su privacidad -cosa que nadie había hecho-, tenía libertad de salir con Pichit y Mila cada que quería, tampoco protestó cuando Lilia empezó a enseñarle ballet a espaldas suya ni cuando lo asignó como su ayudante pese a ser su omega, no lo marcaba porque estúpidamente él no lo quería, estaba al pendiente de los libros que le interesaban y hasta le había dado una tarjeta de crédito con un límite tan alto que era absurdo, y aún así, el chico era miserable sólo porque él exigía tocar su cuerpo a libertad.

Por si fuera poco, debía estar muy atento al comportamiento de Viktor y sus socios. Desde que le hizo saber al platinado que lo observaba de cerca, una pequeña y silenciosa guerra había estallado entre ellos; el objetivo era poner en jaque al contrario sin que hubiera evidencia de su culpabilidad. Además, la fiesta de Chris no era una coincidencia y él tenía que pensar muy bien cómo moverse; al menos sabía que ahí vería a De la Iglesia y sus socios europeos, tendría una buena oportunidad de crear más alianzas que dejaran en desventaja al trío de idiotas que lo fastidiaban.

Estaba tan harto de las constantes quejas que recibía y la presión que llevaba sobre sus hombros, que decidió arrastrar a Yuuri con él y olvidarse por una noche, de todo.

Había llevado al omega a un lujoso bar dentro de un prestigioso hotel, al centro de la ciudad. Recordaba haberle ordenado a su acompañante que quitara su cara de dolor y que guardara silencio mientras bebía; ya que Yuuri se había negado a beber con él, pidió unos bocadillos para el omega y siguió arrasando con toda gota de alcohol que se le ofreció.

En medio de su borrachera, vio a Yuuri mirar atento a las parejas que bailaban en la pista del lugar. Sus bellos ojos seguían a los danzantes con un brillo melancólico, y pese a que no dominaba el francés, Yuri escuchó la suave voz del omega cantando junto a la hermosa mujer que estaba en el escenario, “La vie en rose “. ¡Qué pésima ironía! Pensó el rubio, pero no pudo apartar sus verdes ojos de los labios del omega que acariciaban cada palabra. Quizás fue eso -o que estaba borracho-, lo que lo llevó a tomar la mano de Yuuri con delicadeza para conducirlo a la pista de baile y moverse así suavemente junto a él, mientras lo sujetaba de la cintura y lo miraba fijamente.

El sonrojo en su rostro, su desconcierto y la fragancia que despedía el japonés, hicieron que Yuri se sintiera en calma, tanto que le rogó suavemente que siguiera cantando para él. Agachando la cabeza con vergüenza, Yuuri cantó.

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